Hay que cuidar la memoria, todas, pero especialmente la Memoria Histórica, esa que la historia oficial quiso ocultar durante décadas condenando a miles de personas al silencio y al olvido, enterrando en cunetas los cuerpos de los represaliados, dejando en el aire lo que nunca se pudo enterrar: la esperanza y el dolor. Es duro vivir mirando siempre hacia atrás, buscando lo que nunca se debía haber perdido; por eso han tenido que pasar años para que las familias y los propios supervivientes puedan contar lo que vieron, lo que sufrieron, la historia que les negaron. Casi siempre es más fácil vivir con los ojos cerrados ante la adversidad que abrirlos para revivir el horror de quienes fueron víctimas de la dictadura. Hoy, gracias al esfuerzo de Asociaciones e Instituciones como el Gobierno de Navarra, se está trabajando por la reparación y el reconocimiento de las víctimas de la guerra civil y el franquismo. Y cada poco tiempo conocemos historias a cada cual más estremecedora, vidas ya en su fase final que arrastran consigo un episodio de horror y supervivencia; vidas marcadas a fuego por la guerra, que han conseguido vivir en paz consigo mismas haciendo fuerte su recuerdo. Muchas veces escuché contar cómo se fue mi abuelo al otro lado de la frontera, igual que se iban entonces otros muchos republicanos en la zona pirenaica. Y escuchando lograba imaginar la cara de tristeza de mi abuela y los ojos de sus hijos viéndole marchar de casa por última vez, con la impotencia del futuro incierto. Una tristeza que nunca se borró ya de sus rostros. Como otros muchos ojos obligados a ver lo que nunca habían querido presenciar. Siempre es dolorosa la última mirada a un ser querido, pero aún lo es más cuando ésta llega siendo un niño o niña a la que de pronto le arrebatan lo que más quiere. Leyendo las palabras de Lucia Odría, una navarra que tras pasar por varios campos de concentración logró sobrevivir en un convoy de deportación a Mauthausen, cuando relata la última mirada que le dedicó a su padre, Antonino, antes de que éste desapareciera para siempre en manos de los nazis, es fácil sentir el dolor que le ha perseguido en sus 92 años de vida. Una vida que ojalá fuera de película, porque su relato suena a increíble, pero que fue tristemente real. Este año se conmemora el 80º aniversario del masivo exilio republicano en el que centenares de personas se vieron obligadas a cruzar la frontera en defensa de la libertad. Abramos los ojos, no dejemos que se vuelva a perder su memoria.