"Lo que no se nombra no existe", es una de esas citas recurrentes que utilizamos para reivindicar el valor de las palabras y la importancia de las cosas dichas frente al silencio o la ocultación interesada. Lo que no se nombra tiene el riesgo de olvidarse, de perderse, de no ser tenido en cuenta, aunque siga existiendo y marcando el día a día. Ha ocurrido durante siglos con las mujeres, ignoradas de su papel en la Historia hasta que el feminismo y los movimientos por la igualdad lograron darles la visibilidad merecida reivindicando su presencia. Y nos pasa a diario, cada vez que no decimos lo que sentimos, cuánto amamos, todo aquello que queremos... con el riesgo de perdemos grandes momentos que no tienen vuelta. De ahí la importancia de llamar a las cosas por su nombre, de expresar sobre todo lo bueno para ser coscientes de lo mucho que tenemos cada día y de la suerte de poder compartirlo. Pero entiendo también el otro lado, decidir optar por el silencio, el miedo a nombrar ciertas cosas malas, o no del todo buenas, que nos pasan, porque eso implica que realmente están ocurriendo, que tienes que aceptar esa realidad a la que te resistes. De ahí el miedo de muchas personas a la hora de hablar de una enfermedad como el cáncer y llamarlo por su nombre cuanto tras una revisión las noticias vienen mal dadas y de pronto hay que enfrentarse a un mal diagnóstico, a un tumor maligno de los que nunca se quieren nombrar porque cada vez que se nombra el camino se hace un poco más oscuro. Así que me sumo a la campaña de este año de la Asociación Española contra el Cáncer que pretende precisamente eso, ayudar a perder el miedo no ya a la enfermedad, que eso es muy difícil de controlar, sino a hablar de ella, a llamarlo cáncer o tumor maligno, a visibilizarlo, y así normalizar las palabras para de alguna manera normalizar la vida de las personas que tienen la enfermedad. El cáncer se trata y muchas veces se cura y llamarlo por su nombre es poner luz también a esos muchos casos de personas que superan cada día la enfermedad. En definitiva, luchar contra el silencio y el miedo que produce una sola palabra para afrontarla con más fuerza.