Así, de golpe, casi sin darnos cuenta, hemos llegado al otoño. Contando positivos y mirando estadísticas que nos nublan el horizonte y nos dificultan caminar por el presente. Qué lejos queda la primavera de los balcones. En marzo, cuando había que estar atentos a los bulos y las fake news. Nada sonaba creíble en aquel momento porque todo parecía un mal sueño, irrealidad revestida de realismo. Demasiadas mentiras circulando en un terreno fácil abonado por el miedo y la desinformación ante un virus desconocido e imprevisible. Si en aquel mes nos hubieran contado lo que realmente íbamos a vivir, el descrédito hubiera sido total. Pero lo vivimos y fue real. Y de una realidad pasamos a otra, a la nueva, y de esa a la de ahora que todavía no conseguimos definir. Y con el tiempo aprendimos a dejar de lado los bulos y a distinguir las fake, pero no hemos logrado tener certezas, al menos la sociedad creo que no las tiene. La incertidumbre es un tiempo frágil que no puede convertirse en estable y duradero. Necesitamos certidumbre y decisiones claras, rutas marcadas, aunque a veces se pierda el camino, aun aceptando que no siempre se acierta en el destino. El virus deja tras de sí un reguero de interrogantes que solo día a día se van resolviendo y que en la mayoría de los momentos nos recuerda al poema de Benedetti, que cuando crees tener las respuestas de pronto te cambian las preguntas. Por eso hay que ser flexibles entre tanta rigidez, para moverse rápido de un escenario otro y poner cortafuegos a este incendio sanitario. Porque lo que ayer era válido de pronto no lo es. Por no hablar de decisiones políticas o económicas que mandan por encima de las sanitarias o de decisiones judiciales marcadas por intereses políticos. Nos toca vivir ahora en una especie de montaña rusa, eso que los expertos llaman dientes de sierra, que tan pronto subes como bajas. Que hoy estás arriba y mañana no consigues levantar cabeza. Una montaña rusa no solo de datos sino de emociones, de sensaciones, de miedos y de nuevas experiencias vitales. Y así ha llegado al otoño, con sus días cortos y sus colores mágicos, con la tímida esperanza de vivir sin más normalidad que una vida normal.