ntes de empezar ya era un año redondo, 2020, un año por el que brindar y al que llenar de buenos deseos, un tiempo para evocar aquellos felices años 20 y revivirlos un siglo después. Así lo arrancamos, convencidas, como cada 1 de enero, de que lo que estaba por llegar sería mejor que lo pasado, deseando llenarlo de momentos y de encuentros, de esas pequeñas cosas de las que se compone nuestra felicidad cotidiana. Pero ya nada mas empezar a deshojar el calendario se notaba en el aire una inquietud desconocida. Y entramos en enero hablando de un virus que venía de China, tan lejano que apenas le hicimos caso. Ya en febrero el coronavirus se coló de refilón en la agenda, aunque seguía siendo desconocido. Entonces escribíamos sobre fake news y la importancia de vencer el miedo, más que de las consecuencias que el covid-19 podría tener en nuestro día a día. Y la vida seguía, con esa misma sensación de inquietud en el ambiente, con distancia y medidas, pero con la tranquilidad de hacer lo de siempre. Hasta que llegó marzo y entonces sí, tuvimos que afrontar que tocaba vivir lo desconocido porque el coronavirus se había instalado en nuestra sociedad con la intención de quedarse una buena temporada y estaba dispuesto a llevarse muchas cosas por delante y la vida de muchas personas. Y nos paramos, de golpe. El mundo casi se detuvo. Y tuvimos que aprender rápido todo lo que no sabíamos. Duras lecciones de vida, sobre todo para los sanitario. Fueron unos meses de recogimiento, de vida slow, de aplausos, de irrealidad, hasta de disfrutar desde los balcones hasta salir a pasear en riguroso orden y horario. Porque había un horizonte claro: acabar con el virus y vivir la utópica nueva normalidad. Esa que nunca llegó. Qué lejos y qué cerca queda todo. Qué ganas de dejar atrás estos doce meses para entrar en algo realmente nuevo, para volver a sentir de verdad que lo que está por delante será seguro mejor que lo pasado. Para recuperar el tiempo, no el perdido que ese ya no tiene vuelta atrás, sino el que nos queda por llenar, atendiendo a la importancia de saber vivir el momento que nos toque, cambiante e incierto. Sin repetir los errores para no revivir lo que no hicimos bien. Porque seguro pronto brindaremos de nuevo por la salud, como hemos hecho siempre, aunque por fuera todo sea distinto esta vez; brindaremos por los encuentros, por los amigos, por la familia, por la vida. Estoy convencida que a esta Navidad, en la que nos van a faltar personas, le van a sobrar letras, porque nos basta con cuatro de las siete para seguir sonriendo y desear de nuevo una feliz vida.

Qué lejos y qué cerca queda todo. Qué ganas de dejar atrás estos doce meses para entrar en algo nuevo, para sentir que lo que está por delante será mejor que lo pasado