eberíamos hablar menos de covid y más de salud, creo que ya es hora. Al menos de valorar cómo el virus nos ha dejado, cómo saldremos de ésta y qué recursos sanitarios y sociales serán esenciales en un futuro inmediato para recuperar una vida saludable. Y hablar sin tapujos de la salud mental, de la atención que precisan muchas personas, de la importancia de normalizarla como una atención sanitaria más. No tener miedo a decir "me siento mal" y buscar ayuda, como quien precisa una placa tras una rotura. Hablar de lo dolorosa que es la espera, para pacientes y familia, cuando el dolor va por dentro, casi invisible, oculto hasta lograr frenarlo, porque se frena y de ahí la necesidad de abrir puertas de esperanza a las que asomarse. Los problemas de salud mental necesitan luz para ver las posibles salidas, y sobre todo mucho apoyo. Y precisan de una atención temprana que no siempre llega a tiempo por las listas de espera. Ese es uno de los grandes problemas del sistema sanitario, en estas y otras dolencias en las que el reloj corre en su contra. La pandemia ha provocado diferentes conflictos emocionales en la mayoría de la gente, casi todos pasajeros, pero ha hecho que afloren problemas mentales serios donde antes no se percibían, o que empeoren los que ya estaban, sobre todo en la población adolescente y joven con un preocupante aumento en los diagnósticos de ansiedad, estres o transtornos de la alimentación. Tienen que saber y sentir que no están solos y que con tiempo y apoyo el tratamiento les recolocará de nuevo. Escuchar sus testimonios es doloroso. El encierro obligado, la desmotivación, la falta de estímulos la pérdida de contacto con los amigos, los miedos, la incertidumbre, el no poder hacer planes de un día para otro, el aislamiento, las redes sociales como escaparate, la falta de afecto real cuando más importante es recibirlo... Dicen los expertos que "la pandemia ha destruido la salud mental de los niños, adolescentes y jóvenes" y aunque la afirmación quizá sea demasiado dura lo que si es cierto es que la ha dejado tocada y tenemos que cuidarles. Apoyarles para poder gestionar la frustración de ese sentimiento de años perdidos por el covid que es más fuerte, curiosamente, cuando se sienten con toda la vida por delante que en la recta de la madurez. Y para ellos escuchar testimonios como lo vivido por Amaia Romero, un referente en esas edades, puede ser tan valioso como un tratamiento. La joven navarra ha querido contar su experiencia, hablar sin patujos de sus emociones, de sus miedos, de cómo se vino abajo cuanto todos le hacian arriba, de cómo pidio ayuda y la encontró.

Los problemas de salud mental necesitan luz para ver las posibles salidas. Y precisan de una atención temprana que no siempre llega a tiempo por las listas de espera.