Lo decía José Manuel Eciolaza, médico y presidente de la asociación Derecho a Morir Dignamente (DMD) de Navarra, el acto de Ángel Hernández “de ayudar a morir a su mujer, a la que ha cuidado durante décadas, sólo puede entenderse como un acto de amor que no debería recibir ningún reproche penal”. El debate sobre la eutanasia ha vuelto a resurgir en vísperas de las elecciones generales del próximo día 28 a partir del caso de María José Carrasco. El embrión de lo que iba a ser la primera ley de eutanasia del Estado arrancó su andadura parlamentaria en junio de 2018 con el respaldo de todos los grupos, salvo el PP y UPN, a la propuesta socialista, se vio frustrado por el adelanto electoral. De haber salido adelante, Ángel Hernández, no hubiese sido detenido ni Sánchez hubiera tenido que prometer un indulto en caso de condena.

Nadie entiende que Ángel Hernández haya sido imputado por cooperación al suicidio. Nadie entiende que una persona que ha acompañado durante 30 años a una mujer a la que ama de verdad, padeciendo una enfermedad degenerativa y dolorosa que ni siquiera la morfina podía aliviar, se vea obligado a grabar un vídeo para reivindicar el derecho al suicidio asistido. Imágenes que ciertamente nos resultan durísimas porque te das cuenta de cómo esa persona que está a punto de morir razona perfectamente y tiene la cabeza en su sitio. Pero su cuerpo se ha volatilizado. Y es su voluntad desconectar y descansar.

Soy de las personas que creen que la familia, contando desde luego con muchos más apoyos y recursos, es el lugar donde mejor están las personas que sufren una gran dependencia, fruto de la vejez y del cúmulo de goteras o de graves enfermedades. No es que piense que no haya grandes profesionales ni centros especializados. Sencillamente porque creo que el amor y la cercanía son un motor clave en el aliento de procesos que suman deterioros físicos y psíquicos. Dicho lo cual tengo que reconocer que no es lo mismo vivir con dolor que sin él. Se puede perder la cabeza y la memoria, se pueden perder las fuerzas, se puede un@ desanimar e incluso caer en una profunda depresión al verse limitado, pero esa persona siempre podrá encontrar apoyo de la familia, de los amigos, de profesionales, de la tecnología... sobre todo cuando esa persona quiere luchar por vivir. Yo veo que el problema no es cuando alguien pierde las ganas de vivir, el problema es cuando el dolor se convierte en una muerte lenta, una agonía que va más allá de todo, y te lleva a un límite que sólo quien lo vive puede decidir.

Y vinculando a este debate desde luego nadie entiende que enfermedades neurodegenerativas tan duras como la esclerosis múltiple no hayan logrado mayores avances médicos. Miro en Google la palabra ELA y aparecen noticias a partir de 2016 de posibles tratamientos experimentales y ensayos clínicos contra esta enfermedad sin cura. Conozco un caso cercano y el desgaste de la familia. Es terrible. Antes que trenes de alta velocidad, que no sirven más que para alimentar cementeras, se debería invertir en investigación y medicina. Eso sí que es alta prioridad. Altas prestaciones.