Ha sido realmente curiosa, premeditada más bien, la primera aproximación informativa a la sesión de apertura de la decimocuarta legislatura, acto de hace unos días. Porque aunque en apariencia, como en casi todo ahora, se ha preferido la imagen, la instantánea, el flashazo, se ha ido más allá. Y nos ha dado para mucho a los periodistas los aplausos que recibió el Rey. Cantidad y calidad de las palmas, duración e intensidad de la ovación, volumen, autoría o inacción en el jolgorio, por ahí se marcharon las primeras reflexiones de la jornada del debut del nuevo tiempo en el parlamento.

Para dar palmas en condiciones hay que tener mucho arte, porque se desafina y también solo se hace ruido con el entrechocar de las manos sin nada de ritmo o sincronización. Pero, de lo que se trataba el otro día, era de medir con precisión la efusividad, la manifestación externa de la temperatura de algún fuego o hielo interior, la comprobación del estado del motor monárquico, de la situación particular del propulsor interno de la corona. Hay que ver qué mecanismos más sofisticados buscamos para extrapolar datos y proponer deducciones. También para diagnosticar.

No solo se ha utilizado el aplausómetro como primer aparato para el análisis, sino que durante los días siguientes se ha abundado todavía más en cada protagonista de la ovación, buscando las explicaciones de las palmas, concluyendo si había en ellas algún tipo de indigestión, frenesí indudable o conveniencia. Tan peculiar y excesivo fue el asunto que ya circulan por las redes y whatsapps montajes humorísticos de la situación. El discurso del monarca como mecha para medir la obediencia, un plebiscito por volumen de la aclamación. Toda una sorpresa el tamaño que ha adquirido el acontecimiento, excesivo a todas luces. Antinatural también para algunos críticos, que lo han elevado a argumento para bromas y humoradas.

De todos modos, los más animosos de la velada creyeron que había que destrozar los récords en el aplausómetro.

Ya lo dijo un personaje en la más afamada película de José Luis Cuerda para poner en palabras una visión absurda de lo cotidiano. "Qué fenómeno tan atmosférico y tan curioso". Y vuelta al ruedo.