ace unos días que se cumplieron 32 años de que 57 objetores en busca y captura se presentaron ante las autoridades militares, diez de ellos en Pamplona, para reafirmar su negativa a realizar el servicio militar. Una pelea dura. Suena a batallita, porque lo es, y con perspectiva resulta ridículo que a la generación de entonces nos tocaba ir a la mili, a la puta mili. Todo el mundo intentaba escaquearse de aquella monumental pérdida de tiempo, de aquellos meses tirados a la basura, puro desperdicio, inservibles que eran, piezas sueltas de difícil encaje en una vida normal, sencilla y feliz. Habrá quien rescate experiencias positivas de esos días de petate, instrucción, campamento y otras palabras que jalonaban aquel mundo de imposición, pero cuesta recordar y encontrar en el sondeo del entorno de los chavales que a partir de los 18 años se iban para allí quién regresaba hecho un pimpollo, qué decir de un tipo mejorado, sereno o más preparado para la vida; desde luego, nada que ver con un Richard Gere en Oficial y Caballero, un pincel, con futuro y chica en brazos. Todo lo contrario.

Chavales encabronados, bebedores, jugadores, malencarados, tristones, despistados, asustados, ariscos es lo que se venía para casa a cada permiso -palabra resumen de la caspa absoluta del invento-, a cada período de vuelta al hogar, porque no había casi ni uno que se notase estimulado, útil o interesado en seguir esa actividad pintada de color caqui. Y ahí se iban, críos a los que ponían un cetme al hombro, a protagonizar historias de la puta mili de las que, salvo compañeros de suplicio, nada bueno se sacaba. Meses de obligado destierro para volver a casa generalmente casi como un desconocido -hecho un hombre, que dirían entonces a toque de corneta-, algunos diferentes para siempre. Esto era así, quien lo escurra como anécdota o exageración no estuvo entonces, no lo vio, lo vio y lo olvidó, o fue envuelto por la niebla de la minimización de esas cosas que sucedían antes por cojones y tenían que ser.

Hubo quienes se rebelaron, que se plantaron ante la mili y también ante el servicio social sustitutorio que regulaba la objeción de conciencia. A los decididos y valientes que dijeron que no, que no a ese salto obligatorio al vacío, a un mundo en el que no creían; que dijeron que no a ese secuestro en toda regla porque no era ni justo, ni sensato, ni necesario, y sí antinatural y que retaba a sus convicciones, los metían en la cárcel. Y sólo eran unos chavales, pero también unos tipos resueltos. Puta mili.

La mili era obligatoria y a los objetores de conciencia les aplicaron un "servicio social sustitutorio"; los valientes

dijeron no a todo