a no llueve como antes, tampoco nieva. Quizás habría que decidir qué es ‘como antes’ antes de realizar la comparación, pero un mínimo esfuerzo de memoria certifica que o estamos secos y retorcidos al sol como en el Sahara, o nos atizan lluvias tropicales o se pasea una Filomena como si nos hubiésemos ido al Yukon.

Indudablemente, no es el asunto principal en la lista de preocupaciones cotidianas -ser felices debería ser la primera-, pero por un simple humano deseo de una vida mejor, un mundo mejor, un futuro mejor, se cruza por la cabeza todo este problema mundial del cambio climático, que, en una definición básica, es el montón de cosas que podemos llegar a hacer para joder del todo el sitio en el que nos toca vivir, que además es el único que tenemos y tendrán los que nos sigan. Hay que reconocer que como destructores vamos finos, sobrados. Quizás nosotros directamente no notamos nuestra cooperación -mínima- en este tipo de hara kiri global, pero participamos con alguna cuota con estas maneras de vivir de las que cuesta huir -las emisiones de CO2 vuelven a los niveles de antes de la pandemia; el uso del coche se impone al transporte público-. Los expertos afirman que más allá de la suma de actuaciones individuales -no todas las personas pueden llevar un tipo de vida sostenible, advierten- solo está en las manos de los gobiernos la adopción de medidas. O sea, de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático que se celebra en Glasgow -más de 400 jets privados han llegado a la ciudad estos días- saldrán unas reprimendas para nuestros diarios comportamientos, pero los que están obligados a dar un paso al frente son los componentes de esta animada reunión de mandamases, que primero deberán creerse el tema -la cabezadita de Biden en una de las intervenciones de Glasgow ya ha entrado en la iconografía del evento- y después apretar a base de normativas a empresas y sectores del primer mundo -los países ricos son los que más contaminan- para que no nos achicharremos en este invernadero.

El cambio climático, la mierda de planeta que vamos a ir dejando -el CO2 emitido se queda en la atmósfera más de cien años- , es un asunto que debería estar a la altura de los deseos de arreglo de algunos males que nos asustan, como la última pandemia.

Si el diagnóstico de la enfermedad del clima está claro, parece que nos fallan ahora los sanadores... Lo que vayamos a dejar a los que nos seguirán siempre es un buen motivo de preocupación.

Si el diagnóstico de la enfermedad del clima está claro, también queda claro que nos están fallando los únicos sanadores posibles, los gobiernos