Existe una normativa, un tanto absurda, que obliga a izar las banderas oficiales en todas las sedes administrativas y edificios de las instituciones forales, del sector público y de las entidades locales. A cuenta de esta legislación ocurre, por ejemplo en Pamplona, que en los otros tres edificios que tiene el Ayuntamiento casi colindantes con la Casa Consistorial Casa Seminario, el que en su día albergó a Casa Marcelino y el archivo municipal hay instalados sendos mástiles donde ondean las banderas de Pamplona, Navarra, España y la Unión Europea. Esta repetición de enseñas en apenas unos metros a la redonda, además de no aportar nada, se hace con frecuencia desde el abandono. No hay más que asomarse ahora por los edificios mencionados para observar que algunas de las banderas que cuelgan de los balcones son trapos descoloridos por el sol aunque cueste creerlo, a veces el astro rey se asoma por Iruña y a los que les sentaría bien el paso por la lavadora. Seguramente será más por desdén que por falta de presupuesto, pero la exhibición de banderas tan deterioradas en la de Pamplona justo se adivinaba ayer que en su día fue verde no contribuye precisamente a mejorar la imagen del territorio representado en este símbolo. Con estos antecedentes, sorprende que Enrique Maya, quien consiente o al menos no parece dar importancia a que la bandera de la capital ondee sucia y ajada, tenga ahora la idea de instalar una enseña todavía más grande de Navarra en la plaza de los Fueros. En fin. ¿Qué le vamos a hacer? Se ve que últimamente el ilustrísimo no está muy atinado con sus iniciativas. Quien prometió abrir la pasarela del Labrit poco después de asumir la vara de mando y quien iba a revertir la amabilización de Pío XII, tiene ahora otras ocurrencias como instalar una carpa para dos mil menores en plena ola pandémica. O quizá no sean ideas suyas, sino del amigo que le sugirió extender los Sanfermines hasta 12 días. En cualquier caso, tanto unas como otras parecen estar muy alejadas de las inquietudes de la inmensa mayoría de la ciudadanía, que no demanda precisamente la instalación de más banderas.