La convocatoria por la oposición venezolana, en el 60º aniversario de la caída de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez en 1958, de manifestaciones en Caracas y en los 23 estados del país contra el régimen de Nicolás Maduro y su confluencia con marchas progubernamentales, que ya se ha cobrado nuevas víctimas, retrata lo que ya es un enorme riesgo de enfrentamiento civil en Venezuela. El país tiene hoy un autonombrado presidente, el de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, amparado por la mayoría parlamentaria de la oposición y reconocido por Estados Unidos y otros 17 estados al dictado de Trump, y uno de facto, Nicolás Maduro, amparado por el resultado democrático de las urnas, el poder militar y un Tribunal Supremo afín. La jornada de ayer estuvo marcada por el cierre de filas de los poderes políticos, sociales y militares que avalan al chavismo y por la nueva ofensiva internacional contra Maduro. Guaidó es en este sentido el enésimo candidato que jalean los medios occidentales -el apoyo de personajes económicamente interesados en el control de los recursos del país como González o Aznar, por no hablar de la ideología de los pocos líderes mundiales que se ha apresurado a seguir los dictados de Trump, dice ya mucho-, y el supuesto triunfador del enésimo golpe de estado contra Venezuela. Pero más allá de la incuestionable limitación de Maduro para dirigir los destinos de un país en crisis y de la evidente insistencia de los poderes financieros y económicos por controlar Venezuela -como ya han hecho con la mayor parte de Latinoamérica en los últimos años-, la situación muestra el síntoma inequívoco de una fractura social severa. De hecho, es la posición política de la Unión Europea la vía más segura y honesta desde el punto de vista democrático para tratar de buscar camino de solución a esta nueva crisis: el reconocimiento a la legitimidad institucional democrática actual y la apertura de un proceso electoral con garantías suficientes que evite la confrontación civil y la violencia. Políticos como Rivera o Casado han quedado una vez más en el más absoluto ridículo. Venezuela es hoy política, social y económicamente demasiado volátil para ser gestionada desde la insolvencia o con la irresponsabilidad que acredita el régimen. Pero tampoco se vislumbra un modelo fiable en una oposición irreal y no mayoritaria sometida a los intereses economicistas de EEUU, de los mercados financieros y de las grandes multinacionales.