el Gobierno de Navarra ha defendido en una reunión celebrada en Bruselas su política de “corresponsabilidad institucional” en la acogida de personas refugiadas y ha abogado por el cumplimiento de los compromisos éticos y políticos de la UE y por abordar la regulación de los flujos migratorios, así como que la política de asilo y refugio a escala europea es esencial si Europa pretende mantener su acervo en materia de derechos humanos, compromiso con la paz y profundidad democrática. En realidad, el Gobierno de Barkos traslada a Bruselas lo que comparte la mayoría de la opinión pública de la sociedad navarra y lo que han sido desde el inicio los compromisos de solidaridad y acogida del proyecto de cambio en Navarra. Es una respuesta humanista y política al panorama de cada día, un panorama que no sólo se sabe, sino que se ve y se vive. Con peligro de su vida, numerosos grupos de inmigrantes subsaharianos y de zonas en conflicto en Oriente Medio y Asia intentan franquear las fronteras de Europa para huir de la miseria a la que están condenados si no huyen de sus países de origen. Una parte lo consigue dejando jirones de su cuerpo en las alambradas o sobreviviendo a la aventura de la patera. Otros no tienen tanta suerte, y acaban tragados por el mar o en provisionales centros de acogida, o repatriados -es un decir- a morir en el desierto. La espectacularidad de este drama obliga a fijar la atención sobre la situación de millones de personas cuya única culpa es haber nacido unos centímetros más abajo en el mapa. Comienza a ser insoportable esta división del mundo entre la extrema pobreza y la relativa abundancia. El problema es que, acuciada por el avance de los discursos políticos ultraderechistas, reaccionarios y racistas, Europa se resiste a afrontar una estrategia nueva que necesariamente tiene que pasar por una cooperación real y responsable con los países menos desarrollados. La UE tiene que comprender primero y después asumir que la mejor forma de frenar estos movimientos migratorios es ayudar al desarrollo de los países de origen de los desesperados inmigrantes y de los estados por los que transitan para llegar a las puertas de Europa. Incluso por encima de los grandes intereses económicos y los flujos de los mercados que utilizan la explotación de los recursos naturales y humanos como una inmensa fuente de riqueza.