En apenas una semana se cumplirán tres meses de la celebración de las elecciones generales que ganó con claridad el PSOE liderado por Pedro Sánchez. Desde entonces, y hasta el pasado viernes, el Estado español ha vivido una insólita situación de bloqueo político, de cruce de vetos -electoralistas, ideológicos y personales- y de incapacidad para afrontar un diálogo y una negociación realmente serias para garantizar, primero, la investidura de un presidente de gobierno con la consiguiente conformación de su gabinete y, segundo, una mínima estabilidad para una gobernabilidad eficaz que afronte los retos y problemas de la ciudadanía. De hecho, la posibilidad de una repetición de las elecciones ha estado, peligrosamente encima de la mesa. Y aún no se puede descartar. El paso al lado -o atrás- de Pablo Iglesias -que fue directamente vetado por Sánchez- ha abierto los cauces de diálogo entre el PSOE y Unidas Podemos casi al límite del tiempo de una investidura que arranca hoy en el Congreso. Los mensajes que se han lanzado desde entonces por parte de representantes de ambas formaciones son de optimismo. Sin embargo, las experiencias pasadas en este tipo de negociaciones y, sobre todo, la absoluta desconfianza mutua entre las partes y el clima de tensión en el que se desarrollan obligan a la máxima prudencia. De la responsabilidad con que los dirigentes socialistas y morados afronten este diálogo es esperable, como primera premisa, una voluntad real de llegar a un acuerdo. De momento, poco se sabe del contenido de las conversaciones, pero resulta poco alentador que la gran batalla haya sido la presencia en número y con qué cartera de cada una de las formaciones en el futuro gobierno de coalición y no el programa, las medidas concretas, las políticas a implementar, las prioridades. La conformación de un ejecutivo no debe ser un fin en sí mismo y debe llevar aparejado un programa de gobierno, un calendario y unos objetivos muy concretos, algo que brilla por su ausencia en este escenario. Por otra parte, no hay que olvidar que PSOE y Podemos no suman mayoría suficiente y que precisan de más socios, en especial del PNV y de los independentistas catalanes, lo que abocaría al nuevo gabinete a afrontar con decisión y audacia la organización territorial del Estado y el cumplimiento de los compromisos adquiridos con Euskadi si quieren su apoyo o su abstención. Queda aún mucho por dilucidar.