a adopción de nuevas medidas para frenar la transmisión del coronavirus al entrar en lo que se ha denominado "fase de contención reforzada" de la epidemia de COVID-19 no admite censura alguna si se analiza desde el punto de vista de la efectividad que las mismas han tenido allí donde se han puesto en práctica. No en vano la remisión del número de contagios en China, que ayer amanecía sin nuevos casos por primera vez en más de un mes, contrasta con el crecimiento exponencial de los mismos en Italia, donde en 24 horas se pasó de 7.375 a 9.172 casos y de 366 fallecimientos a 463, por lo que el gobierno de Giuseppe Conte ha debido extender a todo el país la orden inicial de aislamiento de Lombardía y otras 14 zonas de Piamonte, Veneto y Emilia Romagna. En el Estado y en la CAV, donde el proceso de control de la transmisión del virus parece hallarse de momento en un estadio muy anterior al de los focos ubicados en Italia, la traslación a la práctica de la exigencia de la comisaria europea de Salud, Stella Kyriakides, de un esfuerzo por "contener de manera agresiva" el coronavirus ha llevado asimismo a medidas que restringen movimientos de la población y evitan concentraciones que si se pretenden efectivas deben atenerse, sin embargo, a una cierta lógica y, en todo caso, llegar acompañadas de una profusa y clara explicación de sus motivos concretos. Así, por ejemplo, si la suspensión del calendario lectivo en las zonas más afectadas, como Vitoria, se antoja prudente e incluso necesaria, la adopción de medidas más extremas se debe razonar de modo irrebatible para no caer en paradojas -ya sucede en Italia- como la prohibición de desplazamientos entre ciudades salvo por motivos laborales, como si el trabajo impidiese la transmisión del virus; la apertura en horario parcial de la hostelería, como si el COVID-19 solo se contagiara a determinadas horas; o la ya planteada en el Estado paralización de competiciones deportivas al aire libre mientras se mantienen, por ejemplo, bares, cines y teatros o transportes colectivos. Si algo demanda la crisis de salud pública del coronavirus, tanto en las determinaciones públicas como en las actitudes personales son grandes dosis de lógica y claridad. También para evitar la tentación de que las medidas enfocadas a evitar la transmisión estén condicionadas o impulsadas por la prevención no del virus sino de posibles críticas.