l lamentable espectáculo protagonizado por dos altos dirigentes del PP -su propio presidente, Pablo Casado, y la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso-, en el que se cruzan gravísimas acusaciones mutuas de actuaciones ilegales e ilegítimas, escenifica la implosión de un partido abierto en canal y en plena guerra interna que es incapaz de alejarse de las prácticas de corrupción sistémica que lo carcomen desde hace décadas. Los hábitos corruptos son los que han llevado a este escándalo mayúsculo con importantes futuras consecuencias políticas y quizás penales en la formación popular. Tras las últimas declaraciones y comunicados, no queda duda alguna de que el hermano de Ayuso, según ella misma ha reconocido, cobró una importante cantidad de dinero por “mediar”, en el peor momento de la pandemia cuando había una grave carencia de material sanitario, en la adquisición por parte de la Comunidad madrileña de mascarillas procedentes de China a un precio exorbitado. Si se trata o no de una comisión y la cantidad real de dinero que cobró el familiar de la presidenta pueden estar en cuestión, pero no los hechos, ya de por sí graves. Se trata de un contrato de la Comunidad de Madrid, adjudicado a dedo a una empresa de un amigo de la presidenta por mediación de su hermano en cuya resolución Ayuso ni siquiera se inhibió. Por otra parte, también parece claro que alguien del PP quiso encargar un espionaje a Ayuso, en principio para conseguir pruebas sobre el asunto. Si ese encargo fue realizado desde Génova o con conocimiento de Casado o lo fue por una especie de red paralela del PP es una cuestión a aclarar -y es exigible que se haga-, pero, en cualquier caso, es meridianamente ilegal. Más allá de la derivada legal -la oposición madrileña ya ha llevado el caso a los tribunales-, el PP se encuentra en una crisis sin precedentes. La voladura que ha supuesto el conocimiento público de este caso ha desquiciado a la formación, enfrascada ya en una batalla política entre Ayuso y Casado -y, por ende, entre partidarios de una y otro- que ahora cobra una nueva dimensión. Así las cosas, la resolución no solo es complicada, sino que a buen seguro debe ser traumática. Ahora, el PP solo podría zanjar realmente la crisis con la desaparición de la escena política de uno de los contendientes, Casado o Ayuso. O quizá, mejor, de ambos.