Los datos y estadísticas que, al menos sobre el papel, ilustran la dimensión más aproximada a la realidad sobre la violencia de género, identifican, negro sobre blanco, una situación generalizada que tiene, per se, que mover hacia la reflexión a toda lasociedad.
Parece evidente que el trabajo institucional realizado en los últimos años sobre el particular ha servido para identificar comportamientos que, no por normalizados, deben persistir. De ahí deviene sin duda el incremento constante de las denuncias por violencia de género en sus casi infinitos formatos. Sin embargo, en esa reflexión social tan necesaria, hay que revisar lo hecho hasta la fecha y los objetivos marcados al respecto, porque, a la vista de las tendencias, estos se han quedado muy por debajo de situaciones inesperadas, como la creciente proliferación de comportamientos machistas y su aceptación entre los más jóvenes, también entre ellas. Dicen los datos aportados por el Gobierno de Navarra que el número de mujeres víctimas de violencia de género aumentó un 7,0% en el año 2024, y que el número de víctimas de violencia doméstica aumentó un 9,8%. Cuatro de cada 10 mujeres víctimas de violencia de género mantenían una relación de pareja o expareja de hecho con el hombre denunciado y el 33,8% eran novias o exnovias.
La trascendencia de estas cifras abruma, pero palidece al revisar el reciente estudio del Gobierno Vasco que sitúa a la violencia de género en el mismo meollo de las relaciones interpersonales. No en vano, el estudio en cuestión señala que la mitad de las mujeres en Euskadi ha sufrido violencia dentro o fuera de la pareja. El trabajo reconoce que los actos más habituales reconocidos por las víctimas como violencia machista son empujones, agarrones y tirones de pelo (10%) y bofetadas o lanzamiento de objetos (7,2%). El 4,9% de esas mujeres han recibido golpes, puñetazos o recibido patadas por parte del agresor. El 8,1% reconoce haber sido amenazada por sus parejas o exparejas, llegando a temer por su integridad “física, mental o material” y un 9,5% asegura haber tenido miedo de su pareja o expareja en el último año. Todo ello configura una radiografía que requiere de actuación institucional y de otras personales y colectivas para asumir que la violencia machista es un problema de rango mayúsculo.