Estamos a lo necesario tras las asperezas pandémicas: a programar nuestro descanso estival en la pantalla de vacaciones. Claro que se nos pueden atragantar si en nuestros dispositivos móviles y catódicos vemos reavivarse las brasas de los incendios recientes. Una certeza cuando coincidan una temperatura superior a 30 grados, vientos del orden de 30 kilómetros por hora y una humedad relativa en el aire menor al 30%. Lo primero es extraer las enseñanzas debidas en materia de prevención y sobre el terreno ante llamas de 30 metros, más allá del cortoplacismo político de intentar cobrarse cabezas cuando la deficiente gestión del monte y la subsidiariedad del mundo rural frente al entorno urbano no entienden de siglas. En sentido contrario, faltan consensos nítidos e inaplazables sobre la limpieza permanente del polvorín que constituyen nuestros campos y para frenar de cuajo el vaciado de los pueblos como garantes del equilibrio territorial y del patrimonio cultural. Nada mejor contra la despoblación que prestigiar al pueblo, con servicios y trabajos dignos en agricultura y ganadería, pastoreo y cuidado medioambiental. Sin difuminar nuestra responsabilidad individual en las culpas de la Administración, para empezar como votantes cada cuatro años al objeto de que todos los partidos primen la sostenibilidad en programas y discursos. Desde la premisa de que la actitud ecologista trasciende del reciclaje, pues más vale reducir la generación de basura minimizando un consumo de plástico garrafal. Con una apuesta por el producto de kilómetro cero para favorecer también a los productores locales generadores de actividad autóctona, moderando la compra de textil, sector depredador de recursos naturales. Y procurando una movilidad cotidiana que reduzca el uso del coche en favor del transporte público y la bicicleta, en alivio de los bolsillos por lo demás. Urge blindar al paisaje y al paisanaje frente al desarrollismo determinado por el afán de negocio a costa del interés general de la conservación del planeta comenzando por lo más próximo. Y eso exige bastante más que una escapada ocasional para subir fotos a Instagram, si acaso por puro egoísmo. Pues, si el monte cuida de la colectividad como pulmón compartido, también opera como factor de sanación interior.