Cuentan que la muerte caminaba ligera hacia la ciudad cuando se encontró con un paisano sentado junto al camino.

El paisano le preguntó:

- Señora, ¿qué prisa tiene?

- Voy a la ciudad, porque tengo que provocar una epidemia para matar a mil de sus habitantes. Respondió la muerte.

Pasados unos días y realizado el trabajo, la muerte regresó por el mismo camino, y de nuevo se encontró otra vez con el paisano.

- Señora, le espetó el paisano, el otro día me dijo que iba a matar a mil de los habitantes de la ciudad y resulta que han muerto cien mil. ¿Cómo puede ser esto?

- Yo solo hecho mi trabajo, le respondió la muerte, y he matado a las mil personas que me propuse.

- ¿Y el resto?, preguntó el paisano.

- El resto€ ha muerto de miedo, respondió la muerte.

Viene al caso esta historia, no tanto por el miedo, que también, pero no en el caso de Don Pablo, sino por los efectos colaterales de la pandemia que estamos sufriendo y las medidas tomadas por las autoridades.

Don Pablo es un hombre, vivo a fecha de hoy, de 93 años, viudo desde hace 13 años en el que murió, la que había sido su mujer durante 55 años. Tiene 4 hijos, dos mujeres y dos varones, nueve nietos y dos biznietas. Pasó un duelo difícil y doloroso, pero se adaptó perfectamente a su nueva situación.

Autónomo, independiente, con buen aspecto general y buen conversador. Vive solo en el domicilio de toda la vida. Por las mañanas se levanta, se asea y desayuna todos los días en una cafetería cercana a su casa. Siempre lo mismo: un café con leche, un croisant a la plancha y un zumo de naranja. En la cafetería ya le conocen y le preguntan qué tal ha pasado la noche, e intercambian algunas palabras sobre la actualidad o el tiempo. Algunas veces, las menos, pasa por la cafetería alguno de sus nietos o nietas, que desayunan rápidamente con él y se van volando, mientras que Don Pablo se queda leyendo la prensa, dos periódicos, le gusta estar bien informado y contrastar las noticias. Después, despacio, sin prisas, va paseando a casa de una hija o de un hijo, que son los que viven más cerca. Este paseo es de algo más de media hora que lo realiza haga frio o calor, llueva o nieve, a pesar de que los hijos e hijas le han insistido mil veces que ya le buscarían en coche cuando hace mal tiempo. Pero lo dan por imposible. Comen, descansa un rato y vuelve caminando a su casa. Avanzada ya la tarde queda con un amigo, antes eran cuatro, pero se han ido muriendo, se toman un vino con un pincho y se ponen al día de sus cosas. Y así se despiden hasta el día siguiente. Regresa a su casa y si le apetece cena un yogurt o un poco de compota, o quizás algo que se ha traído del mediodía de casa de sus hijos.

Los fines de semana cambia un poco la rutina, ya que come en casa de alguno de los hijos que viven más lejos, y esta vez sí le vienen a buscar en coche. Otros fines de semana, que no son pocos, tienen alguna celebración familiar en la que no falta su presencia, eso sí, procurando que le lleven a su casa para ver los partidos de pelota que le apasionan.

Se le ve bien, feliz, contento, y su familia de hijos, hijas, yernos, nueras, nietos y nietas gozan con su presencia. Se diría que disfruta de la vida que lleva, o mejor dicho que llevaba, ya que a raíz de este confinamiento que han decretado para evitar la expansión de la pandemia y salvar vidas humanas, le han hecho polvo. Sus hijos e hijas que van a su casa todos los días, y comen con él, dicen que ha pegado un bajonazo tremendo y que se va a morir en cuatro días. No tiene hambre, refiere que duerme mal y está todo el día como obnubilado con los ojos cerrados, apenas se arregla, le duele todo el cuerpo, sobre todo se queja de los huesos, de las rodillas y las caderas, se le han hinchado las piernas, tiene mal color, quizás por falta de vitamina D o B12, B6 o E, aparece como sofocado, y camina con gran inestabilidad, ha dejado de leer la prensa, y libros que tanto le gustaban, a veces está como inquieto, y no mantiene conversaciones, pareciendo en ocasiones desorientado.

Desgraciadamente, todo apunta a que Don Pablo, en breve, aumentara esa lista de fallecimientos que se ha disparado desde que el covid 19 llegó a nuestras vidas, la salvedad será que no murió de coronavirus sino por las medidas que se implantaron para combatirlo, "fuego amigo" que dirían en ese lenguaje bélico que utiliza todo dios.

Dedicado a los Pablos, Marías, Cármenes, Ignacios€ victimas colaterales.