próspero año nuevo, amigas y amigos. Les deseo salud ante todo, mucho amor y más humor, además del parné necesario para como mínimo no pasarlas canutas. Pero haremos bien en ponernos en lo peor. Pues imaginando desastres primero nos congratulamos por no padecerlos, luego valoramos lo que tenemos y finalmente visualizamos hipotéticas respuestas ante esas posibles pérdidas de cualquier índole. Porque, llegados a determinada edad, eso de que lo mejor está por venir así en general resulta un absurdo e incluso una afrenta. Arribarán cosas buenas, sin duda -y más vale-, pero las malas se van acumulando. Y ante las penalidades no queda otro remedio, por puro instinto de supervivencia, que rescatar algún aprendizaje, que convertir la necesidad en una oportunidad para generar cambios. Bien entendido que la forma de posicionarnos ante la realidad importa casi tanto como las circunstancias objetivas a las que nos enfrentamos y que el proceso para alcanzar metas puede enriquecernos lo mismo que su consecución. Siempre que los propósitos resulten asequibles, ya que nuestra fuerza de voluntad es tan limitada como endeble la autoestima si no la cuidamos lo suficiente. En la humildad, en la asunción de nuestras debilidades, radica la clave para amejorarnos, incluido el entorno aledaño.