Nada ha cambiado a mejor, sino a peor. Llega la cita anual de Davos, que reúne cada año a los líderes de los negocios, los jefes de Gobierno, empresarios e incluso alguna que otra celebridad en eso que llaman Foro Económico Mundial (FEM) para, según dicen, reestructurar el mundo. En los medios de comunicación, la atención este año se centra en la presencia como estrella invitada del ultraderechista fascista Bolsonaro, el recién estrenado presidente de Brasil. Así, como si fuera un actor invitado a un cameo cinematográfico. Pero blanqueando y normalizando su política: militarismo, persecución de quienes piensan diferente, acoso a las poblaciones indígenas, asalto de las grandes multinacionales a los recursos naturales de la Amazonia, eliminación de los derechos sociales y de la protección pública a los desfavorecidos, control político de la justicia, acoso a la diversidad sexual, machismo, autoritarismo y conservadurismo reaccionario religioso de las sectas evangelistas. Como diría mi amatxi Juana, un angelito. Da igual: para los prebostes del neocapitalismo del siglo XXI en Davos, ése es el perfil que interesa. Pero los datos sobre el reparto de la riqueza en el mundo y la creciente desigualdad entre seres humanos vuelven a ser demoledores. Oxfam presenta como cada año su contrapunto a esa sonrojante juerga de Davos la realidad: la llamada recuperación económica ha favorecido cuatro veces más a los más ricos que a los sectores más desfavorecidos. Unos pocos acumulan la mayor parte de la riqueza mundial a costa de la pobreza, el hambre, la explotación y la miseria de una inmensa mayoría de personas solo por la economía, los manejos de los mercados y la acumulación desaforada de riqueza. Y en el Estado español, la riqueza y la pobreza se siguen heredando. Es simple especulación, estafa y corrupción. Un robo masivo. Es bueno, como alternativa en sus políticas públicas, fiscales y sociales, que Navarra se mire en el espejo. Y sobre todo que contemplen lo que se refleja en ese espejo los altavoces del catastrofismo. Y también, ahora aún más, los quejicas de todo, de ese eterno egoísmo corporativista, empresarial o ideológico que sólo prioriza el qué hay de lo mío.