Sin duda es el invento que más nos ha cambiado la vida, al menos para las generaciones que nacimos hace más de 30 años y en las que hay un antes y un después de la llegada de internet, aunque yo lo acercaría más en el tiempo y lo uniría al smartphone, la verdadera revolución en las relaciones entre las personas. Es difícil imaginar una adolescencia con ese invento en las manos, difícil recordar lo vivido pensando en cómo habría sido de haber tenido la oportunidad de grabarlo y fotografiarlo todo, compartirlo, colgarlo, enviarlo... Cómo habrían sido las amistades, los amores, las idas y venidas... si en vez de deambular por las calles y perdernos por los rincones, navegáramos por internet sin perder la conexión y sin dejar de estar localizadas. Hoy apenas se habla, se chatea. Casi no vemos las fotos que hacemos, es suficiente con colgarlas; se viaja para ver lugares, pero sobre todo para que te vean por las redes que has estado allí; se lee sin tiempo y se escribe sin pensar; miramos más la pantalla que la vida. Es cierto que internet es un buen invento, que hay generaciones que no entenderían la vida sin él, pero la deshumanización a la que está derivando lo está cuestionando. Ahí queda la última atrocidad, el atentado de Nueva Zelanda retransmitido en directo por las redes por su autor. Facebook ha eliminado más de 1,5 millones de vídeos. Millones de personas los han visto y compartido. Escalofriante.