María José Carrasco prefería una muerte digna a una vida dependiente. Tenía 62 años y llevaba 30 de ellos padeciendo las consecuencias de una esclerosis múltiple. En ese tiempo había expresado muchas veces su deseo de morir y poner fin al sufrimiento causado por esta enfermedad degenerativa para la que hoy no existe cura. Ha tenido que ser muy dolorosa la decisión de su marido Ángel de ayudar a su mujer a morir tras 30 de años acompañándole y compartiendo su dolor. Resulta difícil imaginar qué habrán hablado, pensado y valorado sobre el sufrimiento interminable de María José hasta tomar ese camino. Por eso, la imagen de su detención esposado camino de comisaría resulta exagerada. Inaceptable. Y algunas de las cosas que he visto en televisión, oído en radio y leído en periódicos resultan vomitivas. Entre el espectáculo morboso de la lucha por la audiencia a los indignos juicios de valor, excusas de nuevo para intentar imponer unos dogmas de origen religioso-moral particulares al conjunto de la sociedad. O para hacer dinero en los medios a costa de explotar una situación de dolor humano difícil de imaginar. Me resulta imposible ver nada que tenga que ver con el egoísmo en la actuación y las palabras de Ángel tras ayudar a morir a su mujer. Solo veo valentía y humanidad. Al contrario, el egoísmo más vergonzante reside en aquellos que siempre se sitúan como jueces superiores, con sus supuestos valores absolutos, sobre cualquier otra persona. Quizá la ciencia no tenga límites, pero el retraso en el envejecimiento origina interrogantes sociales y económicos. Interesa vivir y vivir mucho, pero también vivir sanos y en condiciones positivas de convivencia y sociabilidad, y eso exige compromisos con los derechos de ciudadanía y recursos públicos para atenderlos. Los fármacos alargan la vida, pero se trata de vivir estando vivos, no de estar vivos sin vivir la vida. Y en ese espacio es ineludible abordar desde la política una avance legislativo que garantice a las personas el derecho a una muerte digna. ¿Para cuándo una ley que invista de dignidad la determinación de dejar de vivir, la decisión individual de quien decide no seguir viviendo en unas circunstancias inhumanas? La política ya llega tarde también a esta demanda social. Una vida digna exige también una muerte digna. Lo demás es pasado y viejo.