según los compromisos explicitados en campaña -en particular el de Chivite garantizando que no investirá presidente a Esparza-, el próximo Ejecutivo foral volverá a concitar el apoyo o la abstención de fuerzas progresistas y/o vasquistas, salvo que el maximalismo negociador frustre un pacto y haya que repetir las elecciones. Aparcada por ahora esa hipótesis de trabajo, y también de acuerdo a lo enunciado por los candidatos, el Gobierno emanado de las urnas lo sería al estilo de una coalición clásica. Es decir, con una distribución de consejerías por siglas, que escogerían a sus titulares con la venia de quien encabezase el Gabinete. El éxito de la fórmula, a consolidar ante la creciente fragmentación política, depende tanto de la lealtad de todos los socios al marco programático como de la capacidad demostrada a diario por los cargos gubernamentales. Una cuestión de aptitud, fruto de una mezcla de formación y destrezas adecuadas para el puesto, y de actitud, de talante negociador y honesta vocación de servicio. Por añadidura, convendría que los elegidos incorporasen suficiente experiencia vital y una acreditada entereza de ánimo. Pues, de seguir penando otros cuatro años más en la oposición, las derechas ejercerían una presión atroz, pugnando entre sí por cuál se emplea con mayor ferocidad todavía.