ya han pasado 15 días desde la jornada electoral del 26-M en Navarra y el panorama sigue instalado en la incertidumbre y la confusión. Sigo pensando que la realidad que emite Madrid tiene mala pinta para el intento de Chivite y del PSN de intentar una investidura que le lleve a la presidencia del Gobierno de Navarra con el apoyo de Geroa Bai, Podemos e I-E y la posible abstención de EH Bildu. Aunque es cierto que la breve intervención de Sánchez el pasado jueves tras su encuentro con Felipe VI supuso un pequeño balón de oxígeno para Chivite y enfrió la estrategia mediática de Esparza. En política, las partidas hay que jugarlas hasta el final y esta acaba de empezar. Hay muchos focos en juego y en ese puzle político e institucional las derechas han decidido situar a Navarra como ariete principal contra Sánchez. Y si Sánchez no asume su responsabilidad electoral y el discurso y compromisos suyos, y en el caso de Navarra, de los socialistas navarros ante los electores, sólo conseguirá fortalecer las ansias políticas de las derechas y debilitarse a sí mismo. Ganar las elecciones con un discurso de parar al frente de derechas y gobernar luego con un discurso contrario siempre acaba teniendo poco recorrido. Antes o después, el castillo se derrumba como los naipes. Y si quiere una legislatura con estabilidad institucional en Madrid tiene que buscarse una mayoría suficientemente coherente que la garantice, y la abstención de los dos votos de UPN que le ha ofrecido a la desesperada Esparza no solo no le sirven para ello, sino que le pueden complicar, aún más con el paso del tiempo, esa estabilidad. Navarra va de boca en boca de políticos, periodistas, intermediarios de todo tipo y correveidiles. Esos que gustan de alardear de sus supuestas vinculaciones con Navarra o esos que viajan desde Navarra a Madrid para cuchichear lo que hay que hacer aquí. Está resultando realmente asqueroso asistir a ese triste espectáculo político que únicamente utiliza a Navarra como un objeto para manosear, como un cromo viejo que intercambiar por otra pieza más codiciada. Se está vulnerando el derecho democrático expresado en las urnas por la sociedad navarra y eso tendrá malas consecuencias. No solo por el veto a EH Bildu, tan antidemocrático como falso en la realidad presente -política, social e institucional de la Navarra de hoy-, sino porque supone cuestionar la misma esencia del sistema democrático europeo. Navarra es el único lugar donde al parecer lo que votan sus ciudadanos carece de valor una vez cerradas las urnas y son otros poderes quienes deciden luego al margen de esa voluntad popular. Pese a todo ello, quizá me equivoque, pero no veo a Esparza de presidente. Esparza llevó a UPN al acto de la Plaza de Colón y le unió con el PP, Ciudadanos y Vox en la reclamación de echar a Sánchez de la Moncloa. Si ya es una contradicción miserable de Esparza pasar de exigir la marcha de Sánchez a ofrecerle ahora su abstención -de más que dudosa efectividad numérica- a cambio de que le garantice el sillón en Navarra, sería humillante exigir a Chivite que renuncie a su compromiso electoral -y abocada a dimitir- y obligar a los 11 parlamentarios navarros del PSN a que hagan presidente a Esparza con sus votos sean a favor o abstención. El PSN pierde todo y Sánchez no gana nada. Quizá por eso el jueves avaló, con boca pequeña eso sí, la continuidad del intento de Chivite. Al menos por ahora.