un hombre de 88 años, con restricciones para conducir, pone su Seat Ibiza a 156 kilómetros por hora en una autovía de Ourense. Detectado por los agentes de tráfico y denunciado, la información de la agencia añade que también “se le propondrá para un examen médico extraordinario”. Entiendo que el objeto de esa revisión no es tanto encontrar el origen de unas supuestas facultades, vitalidad y reflejos al volante, nada habitual en edad tan longeva, como buscar posibles alteraciones físicas y psíquicas para retirarlo de la circulación cuanto antes. Sin embargo, creo que habría que interrogar también a quien le renovó el permiso. Recuerdo la última vez que mi padre, cercano a los ochenta, pasó las pruebas. Él y algunos más que esperaban turno. Había mucha laxitud en el nivel de exigencia y más prisa aún por firmar y cobrar. Después de aquello -que ocurrió hace unos cuantos años- no me extraña nada que aumente el número de octogenarios involucrados en percances, la mayoría graves, en las carreteras. Me dirán que también les pasa a los jóvenes, pero en su caso el detonante parece tener más que ver con la imprudencia y la temeridad propias de la edad. Eso, imprudencia y temeridad, traducido a los 88 años, es reírse de la vida.