Si algún partido acredita una trayectoria de apurar negociaciones hasta el último momento y estirar el suspense más allá incluso de como lo reflejó en el cine el maestro Alfred Hitchcock es el PSOE. Tenemos antecedentes a mansalva de situaciones políticas en las que todos los actores de una negociación tienen las cartas boca arriba, menos los socialistas, que son reincidentes en mantener un discurso ambiguo, ocultar su estrategia, dar la sensación de jugar con dos barajas y tener abierto simultáneamente un flanco y el contrario. Es la ventaja, sin duda, de ocupar una posición central en el tablero político. Pero también derivan de ahí decisiones desconcertantes, por las que el partido de la rosa ha pagado elevadas facturas electorales en el pasado reciente. En una situación de estas nos encontramos ahora. A punto de cumplirse tres meses de las elecciones del 28 de abril, el PSOE ha decidido esperar hasta el último suspiro para buscarse los apoyos con los que tratar de salvar la investidura de Sánchez. Casi 90 días desperdiciados para jugárselo todo a una ruleta más rosa que rusa, dado que lleva implícita el sello de los socialistas, un partido que se mueve como pez en el agua en estas situaciones límite.