Hace 10 años la ONU anunció la puesta en marcha de un tribunal internacional para juzgar las actividades delictivas de las grandes corporaciones multinacionales. Dos relatores de Naciones Unidas redactaron sendas propuestas para la creación de una nueva Corte Mundial. La amenaza de terminar siendo juzgado por un tribunal internacional perseguía a políticos y militares, pero excluía a los altos ejecutivos de las multinacionales, cuyas obligaciones se limitaban a la voluntariedad de asumir los principios del denominado Global Compact, una serie de compromisos carentes de eficacia real alguna. Por supuesto, el proyecto nunca se llevó a cabo. La ONU es hoy una organización abandonada a su suerte a la que las grandes potencias boicotean sistemáticamente saltándose sus denuncias, recomendaciones y advertencias. Y, al contrario, las grandes corporaciones son hoy las que diseñan el nuevo modelo económico y social del mundo, imponiendo la desregulación y el oligopolio en el comercio mundial. Hace 10 años el lema alternativo a una globalización que expandía exclusivamente un nuevo modelo de capitalismo especulativo era Otro mundo es posible. Hoy, ese lema sigue estando ahí pero es más una parte del imaginario político del pasado que una realidad posible a corto plazo. Porque la explotación descontrolada de recursos naturales y forestales y de seres humanos por parte de las multinacionales que prefieren pagar millones de dólares en caso de denuncia que ir a juicio son responsables de la miseria y caos que condena a muerte a millones de personas en todo el planeta. Me temo que una Justicia internacional mercantil seguirá siendo una aspiración permanente de futuro que nunca llegará ser presente. Ya llega el G-7 a Biarritz.