Que la invitación o no a Felipe VI a la entrega del Premio Príncipe de Viana de la Cultura esté siendo uno de los argumentos estrella de la trifulca parlamentaria permanente en que se ha instalado la oposición de Navarra Suma dice ya mucho, si no todo, del limitado alcance de sus expectativas políticas. Chivite ya trasladó a Felipe de Borbón en su reciente encuentro una invitación para que visite otra vez navarra. Que sea en el marco del Príncipe de Viana o en cualquiera otro es irrelevante. Dudo que haya más de unas pocas docenas de ciudadanos -al margen de los políticos profesionales que sobreviven en sus escaños con este tipo de ocurrencias- interesados en esta absurda cuestión. Dudo incluso que siquiera el propio Felipe de Borbón tenga un interés personal, al margen de sus obligaciones institucionales, en repetir un viaje en el que apenas aparece como figurón en las fotos más oficiales del acto junto al premiado y los políticos. Y menos aún en que se utilice su nombre y su imagen y la de su familia para la pugna política partidista. Además de que entre los apoyos parlamentarios al Gobierno de Chivite hay una mayoría de escaños republicanos, una mayoría que también existe en el mismo Parlamento. Y que coincide con la opinión de los navarros y navarras expresada en las encuestas. Sin olvidar que la presencia de los representantes de la Casa Real en Leyre fue posterior al premio y sin vinculación alguna entre aquel título real del siglo XV en Navarra y la actual Monarquía. No tiene sentido alguno de realidad hacer de este tema menor un asunto de debate permanente -sólo el de intentar buscar contradicciones entre los socios de gobierno- mientras el bloqueo político en el Estado mantiene en el aire importantes compromisos económicos y financieros para Navarra. Y que seguirán así durante meses más si hay nuevas elecciones en noviembre. Una inútil pérdida de tiempo. Más aún cuando la amenaza de incertidumbre económica puede ser un problema añadido a esa paralización de acuerdos claves de Navarra con el Estado.