Una de las más cosas duras de la enfermedad es aprender a vivir con ella, sobre todo cuando se trata de enfermedades graves o de mal pronóstico. Esos diagnósticos que irremediablemente te cambian la vida de un día para otro y te obligan de golpe a iniciar un tiempo nuevo en el que recolocarte y recolocar todo tu entorno. Aprender a vivir con el dolor, con la enfermedad, pero no como una enferma. No es fácil. Creo que ni para las personas más optimistas lo es. Sacar ánimos, no decaer, no dejar que el pesimismo empañe los días buenos, sentirte bien por encima del mal, sonreír, ser positiva, vivir el presente sin dejar que los interrogantes del futuro te lo roben... Pero las enfermedades muchas veces abren un tiempo nuevo, que para muchas y muchos pacientes se acaba convirtiendo en un tiempo bueno, de disfrute de todas esas pequeñas cosas que de pronto valoras por encima del resto. Por eso es importante sentirse arropada, sentir el apoyo, la fuerza, la energía de otros que como tú o alguno/a de los tuyos caminan por la misma cuerda floja. Y eso es lo que suponen días como ayer para muchas, muchísimas mujeres, que sufren, han sufrido o quizás sufrirán cáncer de mama. Días de solidaridad, de apoyo, de empuje. Días para recordar que en el camino no estás solas. Un cielo de nubes rosas para los días grises.