suelo dedicar casi cada año una de estas columnas a la cita de Davos, la ciudad más alta de Europa donde se concentran cada 12 meses los líderes de los negocios, los jefes de Gobierno, empresarios e incluso alguna que otra celebridad -este año la joven activista Greta Thunberg- en eso que llaman Foro Económico Mundial (FEM) para, según dicen, reestructurar el mundo. En la prensa española, la atención sobre lo qué ocurre y se decide en Davos se centra en la presencia del presidente Sánchez, al parecer para explicar y justificar el acuerdo de Gobierno de coalición con Podemos y aclarar que no hay nada peligroso en el mismo. Eso ya dice casi todo. Releyendo las anteriores me queda la impresión de que en realidad nada ha cambiado a mejor, sino al contrario, casi todo ha cambiado a peor. El unilateralismo político de Trump, el negacionismo de la emergencia climática, la reducción de las previsiones de crecimiento económico, la precarización laboral creciente -sobre todo en las nuevas generaciones-, el aumento de la desigualdad entre seres humanos o la involución del reparto de la riqueza en favor de quienes más poseen no han encontrado ni alternativa ni respuestas en cumbre de Davos alguna. Los datos vuelven a ser demoledores: la llamada recuperación económica ha favorecido cuatro veces más a los más ricos que a los sectores más desfavorecidos. Unos pocos acumulan la mayor parte de la riqueza mundial a costa de la pobreza, el hambre y la miseria de una inmensa mayoría de personas. Pero los llamados a Davos no están ahí convocados para prestar atención a estas realidades. Un año más serán ellos, precisamente, los encargados de dar el visto bueno a una política económica mundial decidida en otros lugares por otras personas, otros poderes no democráticos, oscurantistas y sujetos a exclusivos intereses particulares, en favor de muy pocos. Este capitalismo basado en la explotación de personas y recursos naturales sigue campando a sus anchas, estos días bajo las sonrisas satisfechas de los privilegiados reunidos en Davos. A mí, me sigue pareciendo un pozo de inhumanidad muy profundo y muy negro.