edia docena de entidades esencialmente conservadoras se proclaman ultrajadas por los acuerdos de PSOE y PNV sobre competencias navarras. El escándalo no puede resultar más impostado. Primero, porque no media ninguna injerencia ante el pleno asentamiento de ambas siglas en Navarra y su coexistencia en el Ejecutivo de Chivite; y, en segunda instancia, porque con el traspaso a esta Comunidad de la gestión del Tráfico o del Ingreso Mínimo Vital no concurre un ataque a los Fueros sino justamente su blindaje. Sucede sin embargo que la influencia del PNV en Madrid retrata la irrelevancia de UPN, alineado estérilmente en un frente antigubernamental cuando un regionalismo pragmático debería poder pactar sobre contenidos a izquierda y a derecha. Con vocación ambidiestra en beneficio mayormente del territorio al que se representa, 650.000 ciudadanos escasos cuyo autogobierno constituye la clave para mantener las actuales cotas de bienestar. En vísperas del Congreso de UPN, ninguna reflexión en ese sentido ha aflorado pese a que los candidatos Esparza y Sayas rivalizan en un discurso pretendidamente renovador que no se plasma en un replanteamiento estratégico. Tampoco respecto a la fórmula de Navarra Suma, que optimiza los votos de UPN a nivel municipal pero le impide traducirlos en políticas públicas desde el Palacio de la Diputación, a falta de una mayoría parlamentaria que ni está ni se la espera. Y mientras UPN continúa mirándose al espejo. Digo al ombligo.