uan Carlos de Borbón se larga de España. De Jefe del Estado por designación del dedo de un genocida como Franco y rey durante décadas a un apresurado exiliado para intentar escapar de la posible acción de la justicia por sus sucesivos salchuchos e ilegalidades para enriquecerse bajo el paraguas de su cargo público. Dice que se va ante la repercusión pública que están generando ciertos acontecimientos pasados de su vida privada. No se refiere en este caso a sus amantes, cacerías y juergas personales por las que ya pidió perdón una vez y prometió al pueblo que no se volverían a repetir. En este caso han sido cuestiones vinculadas con investigaciones judiciales e informaciones periodísticas sobre sus cuentas opacas en paraísos fiscales al margen de la legalidad vigente en el Estado español que han salido a luz en los últimos meses. Llueve sobre mojado con Juan Carlos de Borbón y llueve sobre mojado sobre la patética historia de los Borbones en España. Uno más que se ve obligado a escapar de Madrid. Son una larga lista ya en la Historia. Es evidente que la huida forzada de Juan Carlos de Borbón es un último intento de salvar la continuidad de la Monarquía y quizá cuele de momento, pero la realidad es tozuda. El mero maquillaje al que se ha sometido la Monarquía en el juego de las apariencias y de la imagen, sin necesidad de cambiar realmente nada, en el reciente periplo que ha protagonizado Felipe de Borbón por todas las comunidades del Estado ha dado un vacío popular muy sonoro como resultado. Esto significa, de entrada, que el anuncio de Juan Carlos de Borbón de abandonar España no impide abordar la oportunidad histórica de impulsar un debate democrático y honesto -pendiente desde hace más de 40 años, tras el final de la dictadura franquista- sobre la Monarquía y su papel en un Estado en el siglo XXI, su carácter hereditario, su discriminatorio modelo de sucesión, sus privilegios y la legitimidad del actual monarca, heredero, como su padre, del designio directo del dictador Francisco Franco. El futuro de esta Monarquía ya no es solo una cuestión democrática y política, que por supuesto también lo es, sino que ya es una cuestión posiblemente delictiva que afecta a una familia española que además ostenta la más alta representación del Estado. De momento, Felipe se ha quitado la pelota de su tejado y la ha mandado lejos. Mientras la Monarquía -que conforme transcurre este siglo XXI resulta más anacrónica- no se someta a la libre voluntad de la sociedad democrática en un referéndum, esa falta de legitimidad seguirá ensombreciendo su imagen, la credibilidad de su discurso y la validez de su papel institucional. Este es el ejemplo. Aparentar un cambio para que nada cambie.