ay días que da que pensar si de tanto quejarnos no acabaremos por olvidarnos realmente de vivir; vivir de la mejor manera posible el insólito momento que nos toca. Porque si algo está trayendo esta nueva oleada de covid-19 es la práctica de la queja, el que hay de lo mío, una cierta insolidaridad que dista mucho de lo que vivimos en los meses de marzo y abril, los más duros del confinamiento y de la situación sanitaria. Entonces la vida cambió de golpe y no quedó otra que encajarlo, ahora que podemos incidir en los cambios según sea nuestra actitud, parece que es mejor quejarse. Y todo el mundo puede hacerlo. Pero no es igual quejarse que cuestionar lo que hay. Lo primero acaba en nada, lo segundo plantea opciones nuevas. El que se queja generalmente no escucha, el que cuestiona tiende a hacerlo. Quejarse por todo. Lo mismo porque no te hacen la PCR que porque te la hacen. Porque suben los casos en el entorno familiar y social y nos piden que limitemos ese entorno, que porque nos dejaron demasiada manga ancha. Se quejan los que tienen que volver al colegio porque no saben cómo. Se queja la hostelería porque les cierran y les ponen en el punto de mira y se quejan los jóvenes porque se les culpa y les prohíben el botellón. Se quejan los que fuman porque no pueden hacerlo como quieren... Y así, entre queja y queja, deconstruimos mas que construir, desandamos más que andar y lo dicho, se nos olvida realmente que toca aprender a vivir de una manera nueva, convivir con el virus y protegernos, con solidaridad, tendiendo puentes, no dinamitándolos queja a queja.