ivimos a golpe de protocolo. Estamos protocolizados. No queda otra. Es una de las secuelas que nos está dejando el covid-19. Lo que antes era espontáneo y se hacía sin pensar, ahora exige pararte a pensar en las posibles consecuencias y cumplir lo establecido para tratar de evitarlas. Llevamos medio año entre normativas, decretos, fases, aislamientos, cuarentenas, positivos, medidas, PCR, higiene, mascarilla, distancia, protección... Pero todavía no lo tenemos del todo claro. Quizás porque nada está claro, porque todo cambia cada día, porque este complejo escenario nos exige interpretar continuamente un nuevo guión, el que va marcando el virus según sea su incidencia. Medio año ya conviviendo con el coronavirus sin acabar de saber cómo hacerlo, a golpe de tirar para adelante insertando protocolos en nuestro día a día. Ahora ante el comienzo de curso estamos ante otro momento decisivo. Se abrirán los colegios y se volverá a la vida laboral tras el parón. Y seguro saldrán casos, en las aulas y en los parques, y tocará aplicar el protocolo de la sensatez, el de la tranquilidad, la confianza y la responsabilidad de cada cual. Porque cómo nos comportemos sigue siendo la clave para frenar la expansión, y no hay protocolo que pueda manejar el interior de las personas. Eso es cosa nuestra.