as amenazas de muerte, la campaña de odio, insultos y ataques que desde la ultraderecha se han lanza desde las redes sociales y sus medios de manipulación digitales contra el alcalde de Altsasu, Javier Ollo, son, evidentemente, inaceptables desde el punto de vista democrático y de la ética política. Eso es una obviedad, lo sé. Más en este país que ha padecido durante décadas la violencia de persecución, el acoso, el señalamiento y el asesinato terrorista en el ámbito, entre muchos otros, de la política. Pero no vale engañarse. La violencia mediática y la agresividad política que proviene desde las posiciones de la derecha cada vez que pierden el poder y que ahora se ha acrecentado con la irrupción de la ultraderecha de Vox se expande con un bochornoso dejar hacer político y judicial y el impulso de los grandes medios de comunicación. Se expande mediáticamente esa información basura y se entrevista a sus protagonistas como si fueran héroes en vez de más que posibles delincuentes. Es lo que a la inversa, también ha vivido este país. Sin embargo, hay otro problema ahora en la política española de fondo común en todo el Estado, que afecta a la deriva política de una parte de la sociedad. La legitimación del discurso extremista, la valoración social del todo vale y la complicidad político-mediática con todo ello. Y van tres similitudes. Así, el discurso agresivo, insultante, de trazo grueso, los exabruptos, etcétera acaban derivando en agresividad y amenazas. Un escenario muy peligroso en el que la extrema derecha actúa cómoda y sus cómplices políticos, judiciales, policiales y mediáticos son un elemento fundamental de apoyo. Las amenazas a Javier Ollo -es alcalde Altsasu con 10 de los 13 concejales de la localidad y un apoyo electoral de sus vecinos transversal en lo político-, son un ejemplo más. Hace sólo unos días escribí también sobre el intolerable acoso a la familia del vicepresidente Pablo Iglesias y la ministra Irene Montero. La apuesta por los valores democráticos, el diálogo y la convivencia, que el alcalde Ollo lleva como bandera desde que hace cinco años, antes incluso de que la localidad de Altsasu fuera objetivo de una inmensa campaña de manipulación social en el Estado que ha llevado a varios de sus jóvenes a largas condenas de cárcel que aún cumplen injustamente, siempre molesta a los sectores reaccionarios y fanáticos, ya sean de derechas o de izquierdas, porque desnuda en toda su crudeza la bajeza ética de sus discurso políticos. A Uxue Barkos, siendo presidenta de Navarra la pasada Legislatura, un panfleto de mandos militares le insultó y le amenazó y el Gobierno, entonces del PP, se llamó a andana. Ese es el problema. La facilidad con que los discursos políticos de la amenaza y el insulto se han instalado en la política diaria y han ido calando en capas sociales. Se abre la puerta a la política tóxica del insulto y la descalificación o incluso a las amenazas de muerte directas como únicos argumentos y por ahí se cuela la legitimación del fascismo y se impulsa la agresividad que termina en agresión. Frente a la preocupación creciente de Merkel, Conte o Macron o ante la expansión de la ultraderecha y de su creciente violencia en Alemania, Francia o Italia, España es de nuevo una excepción en las democracias de Europa.