l parecer Navarra afronta semana de esas que se definen como crítica en la lucha para controlar esta segunda ola de la pandemia del coronavirus. Algunos datos siguen siendo malos. Un sube y baja permanente, con índices de positivos sobre el total de PCR realizadas aún muy altos, por encima del 11% otra vez ayer -Navarra había bajado al 8% el día anterior-, todavía muy lejos del 5% que establece la Organización Mundial de la Salud como la muga del alto riesgo y más lejos aún del 3% que han establecido ciudades como París o Nueva York para dictar normas de restricción de la movilidad y cierre de colegios. Es cierto que la realidad social de Iruña no es la misma que la de determinados barrios y zonas de esas megaciudades, pero no vale engañarse: no acabamos de bajar la tasa de positivos. Pese a todo sigo fiándome del criterio de las autoridades sanitarias de Navarra en este sentido. No sé lo que depararán los próximos días, aunque está claro que por ahora ni Pamplona ni otras localidades navarras, como Tudela, están a salvo de más medidas contra la covid-19 para evitar contagios masivos. Todo ello acrecentado por la irresponsable bronca partidista con la pandemia sanitaria como excusa -aquí de la mano de Navarra Suma- que está generando un creciente descreimiento político. Mayor preocupación y desconcierto y, sobre todo, mucha confusión social. Las estadísticas sirven para valorar en cualquier conversación social, familiar o laboral, la realidad sanitaria y socioeconómica y el debate se centra entre los positivo, lo incierto, lo malo y lo pésimo. La versión negativa gana adeptos. Es como la botella, que se puede ver medio vacía o medio llena, según quién, cuándo, cómo, dónde y por qué la mire. Un debate entre amigos, compañeros o familiares que afrontan con tranquilidad la situación, otros con escepticismo, cada vez más con preocupación alta y también algunos con una visión paranoica de que se avecina un enorme desastre mayor aún del que estamos viviendo. Y eso sin citar a los negacionistas o a quienes asumen cualquiera de las teorías conspiranoicas que circulan por charlas, redes, entrevistas, programas de televisión, etcétera. Quizá al término del túnel, si algún día la luz se hace cada vez más clara, lo más peligroso del paso de este coronavirus -además del coste humano, que ya supera el millón de muertos en el mundo- sea el estado de la sociedad. No sólo en el lo sanitario, económico o laboral, sino en nuestra propia forma de percibir la realidad en la que vivimos y convivimos. Y más aún su influencia en la separación entre generaciones, entre territorios, entre modelos. Me preocupa esa cambio social que viene -ha habido otros muchos y grandes en la Historia de la Humanidad-, su alcance y sus consecuencias más que los datos estadísticos y las visiones personales y partidistas de la gestión sanitaria ahora. Ese futuro aún en construcción que parece más incierto que este incierto presente.