arece evidente que Navarra ha acertado con las medidas y restricciones de hace tres semanas para detener, al menos, la expansión del coronavirus. Los contagios han descendido un 40% en la última semana y la tasa de positividad ha bajado del 20% al 6%. Los números, como el algodón, no engañan sobre la efectividad de las medidas. Osasunbidea fue la primera en impulsar este nuevo bloque de restricciones y Navarra está siendo la primera en controlar la covid-19. Gusten más o menos las medidas o no gusten nada, esa realidad es incuestionable. Y el mérito hay que adjudicárselo a la consejera de Salud, Santos Induráin, y a su equipo profesional que apostaron por este camino por encima de las dudas ciudadanas, las críticas de los sectores más afectados por las mismas y los ataques duros y demagógicos de la oposición. La cohesión interna que ha mostrado el Gobierno en esta situación también ha facilitado la transmisión a la sociedad navarra de la necesidad inevitable de las restricciones para proteger a las personas, salvaguardar la eficacia del sistema de atención sanitaria y mantener la mayor parte de la actividad económica y laboral. Vale. Han sido efectivas, pero han tenido importantes y graves consecuencias económicas y laborales en sectores como la hostelería, el comercio, la distribución, proveedores y otros vinculados al consumo. También han afectado a la convivencia social común y más especialmente a la relación familiar con y entre las personas mayores, ya sea en residencias, o en sus domicilios. Y tampoco han podido evitar que continúe el goteo diario de personas fallecidas -el miércoles ocho más que tienen nombre, apellidos y una historia detrás-, hospitalizadas o ingresadas en la UCI pese al sobre esfuerzo profesional de los sanitarios. Todo ello, resalta el evidente coste humano y económico que sigue teniendo la presencia del coronavirus entre nosotros. Queda aún camino por recorrer y, a la espera de vacuna, no hay más remedio que hacerlo junto a la covid-19. Y, por tanto, bajo el paraguas de las restricciones, si no queremos volver hacía atrás de nuevo. Espero que no regresemos a la pifia de los no Sanfermines y no fiestas ahora con una nueva no Navidad. Aunque el ser humano es capaz de tropezar dos y hasta mil veces con la misma piedra de su propia estupidez y arrogancia. Es inevitable para mantener el control sobre la pandemia continuar con restricciones -aunque se acoten en parte en el ámbito de la hostelería o en el familiar-, con todo lo que eso supone para cientos de familias, trabajadores y empresas afectadas y para el estado de ánimo de las personas tocadas por su progresivo aislamiento social y familiar. Que la frialdad de los datos diarios y las subidas y bajadas de las cifras no nos impidan ver la pérdida de calor humano que rodea a nuestra convivencia familiar y social. Ni las consecuencias económicas, físicas y anímicas para muchos.Es importante no olvidar que el precio está siendo muy alto.