l cine social debería ser declarado un bien esencial porque nos abre los ojos ante realidades que hay que ver y por las que demasiadas veces pasamos con los ojos cerrados. Estaría bien que todos y todas viéramos determinados títulos, como un ejercicio de toma de conciencia ante la realidad que no miramos, quizás así a través del cine nos daríamos cuenta de que hay otras vidas al margen de las nuestras. Las películas que este año compiten en los Goya son un buen ejemplo de este cine. Desde Adú, que nos acerca a la inmigración, hasta la historia de empoderamiento y reivindicación personal de La boda de Rosa, pasando por la vida sexual de muchas parejas que conviven en Sentimental, la difícil relación entre una hija adolescente y su madre en Ane o Las niñas, una película sobre el peso de la educación en la madurez. Una educación que es el eje de Uno para todos, del director navarro David Ilundain. En ella, un profesor interino asume la labor de ser tutor de sexto de Primaria en un pueblo desconocido para él. Conozco de cerca la docencia por tener cerca en la familia a una profesora de vocación. Una de esas muchas docentes que, como el protagonista de Uno para todos, se enfrentan a desafíos nuevos cada curso en la difícil y a veces poco reconocida labor de educar y enseñar. Un trabajo que necesita mucho más que conocimientos para el gran reto actual de la educación en valores, esa educación emocional esencial para la vida sin la que el resto carece de sentido.