atalunya afronta hoy unas nuevas elecciones de consecuencias inciertas. Lleva concatenando comicios inciertos desde hace una década larga y sobre todo desde el referéndum del 1-O de 2017. El problema político que afronta Catalunya implica al conjunto del Estado y, de nuevo, el resultado electoral, sea cual sea, tendrá consecuencias políticas en Madrid. Está todo en juego y todos se juegan mucho. Casado afronta hoy otra derrota electoral -será la sexta consecutiva desde que asumió la presidencia del PP-, que puede convertirse en una catástrofe si la ultraderecha de Vox se sitúa por encima, algo posible según las encuestas previas. Acorralado por los casos de corrupción, con el juicio de la Caja B en marcha y Kitchen en un horizonte cercano, su errática carrera política puede encallar definitivamente. También Illa se juega mucho. Él mismo ha hecho de su candidatura al frente del PSC un plebiscito personal y eso siempre acarrea riesgos. No tanto para Sánchez, que con un buen resultado en Catalunya -las encuestas no descartan incluso que los socialistas sean la lista más votada- asentaría su presidencia y reforzaría la posición del PSOE en el Estado. Y eso parece que lo tiene garantizado. A Arrimadas las cosas le pintan tan mal como a Casado: primera fuerza en los anteriores comicios catalanes, su posición y su influencia política parecen cada vez más irrelevantes tras sus pactos con PP y Vox. También Iglesias puede salir tocado. Un resultado de Los Comunes por debajo de sus expectativas le señalaría a él y a su estrategia personal en el modelo de partido de Podemos y a su actitud en el Gobierno de coalición con Sánchez. Posiblemente, sea la ultraderecha la que menos tenga que perder. Simplemente con mantener la pugna con el PP y con Ciudadanos ya puede darse por ganador. Y en el ámbito del catalanismo también persiste un estado de duda creciente. No solo ya por los resultados en su propia pugna electoral, sino por las estrategias de futuro. Es posible que apuesten por continuar juntos en el Gobierno si mantienen la mayoría absoluta en el Parlament, pero la experiencia de esta última Legislatura con continuas discrepancias y enfrentamientos ha sido más negativa que positiva. Con una generación de dirigentes políticos en el exilio o en la cárcel, el soberanismo catalán necesita repensar su camino hacia la República. Más allá de la incógnita de unas elecciones en plena pandemia y con las dudas sobre las consecuencias que de la misma pueden derivarse en la participación y en la percepción de los electores, el problema político entre Catalunya y el Estado seguirá vigente el lunes. Y como todos los problemas políticos en una sociedad democrática, necesita de soluciones políticas. El Estado lleva más de 10 años aplicando caminos sin salida, en los que la judicialización de la política, la persecución policial, el espionaje político y el insulto, la descalificación y la amenaza mediática han sido los únicos argumentos de las estructuras de poder de Madrid. Un modelo viejo e inútil. Sólo la vía del diálogo político honesto y democrático que lleve a un acuerdo para un referéndum que permita la expresión democrática de la voluntad política de los catalanes y catalanas puede cerrar esta crisis que lastra a Catalunya y mantiene bloqueado al Estado en un actitud de inacción e incapacidad para afrontar y resolver este y otros problemas de la sociedad en este siglo XXI.