ras las elecciones del domingo en Catalunya todas las opciones están abiertas. Pero hay opciones con la puerta más abierta y más grande que otras. El PSC ha vuelto a situarse como la lista más votada, algo que ya había conseguido antes con el impulso de Pascual Maragall, y ha puesto freno a la decadencia política a la que le llevó su ubicación junto al discurso más histriónico de Ciudadanos y las diversas derechas centralistas en 2017. Ha habido efecto Illa, posiblemente por el talante de su discurso como ya había puesto de manifiesto en estos meses de ministro al frente de la gestión de la crisis del coronavirus, alejado de esa demagogia vacía de la que han hecho gala tanto el PP en Madrid como Ciudadanos en Catalunya y cuyo principal beneficiario ha sido finalmente la ultraderecha de Vox. La victoria numérica de Illa es agridulce: sus posibilidades de alcanzar la presidencia de Catalunya aparecen hoy muy lejanas una vez que los partidos soberanistas del catalanismo han aumentado su representación en el Parlament y superado por primera el 50% de los votos. En este sentido, es ERC el ganador real de los comicios. Ha obtenido los mismos 33 escaños que el PSC y ha superado a JxCat como primera fuerza del independentismo. Su candidato Pere Aragonés tiene posibilidades reales de ser elegido president, aunque tampoco lo tendrá fácil. Conjugar el actual discurso medido de ERC, su nueva estrategia hacia la República y sus acuerdos políticos con el PSOE y Podemos en Madrid con las posiciones que representan JxCat y Puigdemont, que insisten la vía unilateral, no será sencillo. De hecho, la experiencia conjunta de los últimos cuatro años apunta mal. Más aún si en esa horquilla hay que contar también con la CUP, que ha recuperado votos y escaños y que ya ha demostrado la imprevisibilidad inestable de su forma de hacer política en Catalunya antes. Y sabiendo que JxCat ha perdido la primera posición más por la fragmentación electoral con la llegó a estas elecciones, en tres formaciones respecto a lo que fue el bloque de 2017. El PdeCat ha fracasado y ha quedado fuera del Parlament, pero esos votos perdidos han impedido a JxCat ser la lista más votada. A la pugna política en el seno del soberanismo se suma la apuesta de ERC por incluir en el acuerdo a En Comú-Podem y aumentar el espacio social y político en favor de un referéndum pactado -representaría esa fórmula al 60% de los votos y del Parlament- para afrontar el proceso de diálogo que propone con el Estado como vía de solución democrática al conflicto político con Madrid. Aragonés tiene de partida la llave de la puerta a la Generalitat, pero lo tendrá que trabajar mucho. En todo caso, los resultados refuerzan a las dos opciones que más claramente han apostado por explorar nuevos caminos para la solución del problema político catalán desde el trabajo político y el diálogo democrático. Y ha tumbado a quienes han hecho de la bronca y la polarización -aviso a navegantes también en Navarra- su discurso. Casado y Arrimadas han sido superados por Vox y llevados por las urnas al rincón de la irrelevancia. Aunque más allá ese pequeño éxito electoral de Vox, su papel en la política catalana no pasará del follón habitual en instituciones y calles. En la política real de Catalunya, en el nuevo tiempo que se abre ahora, es muy prescindible.