ada vuelta de Aznar a la primera línea mediática es únicamente un ya aburrido recorrido por la inmensidad de su miseria política. Aznar, con motivo del 25º aniversario de su primera victoria electoral en 1996, compareció en el programa Lo de Évole y simplemente se ratificó en todas y cada una de las peores mentiras que protagonizó como presidente. Los jarrones chinos de la vieja política, Aznar y González, siguen dejando perlas que muestran la escasez de sus convicciones democráticas y la negativa profunda a asumir sus errores, algunos muy graves desde su obligación de salvaguarda de los derechos humanos en una sociedad democrática. La nueva reaparición de Aznar reflejó su discurso más casposo y expuso casi de forma literal los mismos vicios fanfarrones que describe la pluma de Vázquez Montalbán sobre aquellos años en aquel texto político que nos dejó como herencia, La aznaridad. Un irónico repaso a la etapa de gobierno del expresidente del PP entre 1996 y 2004. El miedo, el ocultamiento, la manipulación, el señalamiento, la mentira, la persecución o el revisionismo blanqueador del franquismo y de los desmanes éticos, monárquicos y económicos del régimen del 78. Un patético intento de echar cortinas de humo sobre los escándalos de corrupción que se fraguaron y se sucedieron durante sus años al frente del PP. Que no ponga la mano en el fuego por ninguno de sus compañeros en la dirección del PP dice todo del PP y del propio Aznar. Todo un símbolo de la miseria ética y política que alcanzó el aznarismo, un modelo político en el que la mentira fue el motor de acción política: desde el Yak-42 a los atentados yihadistas del 11-M en Madrid, el Prestige o la guerra de Irak, con Aznar como mentiroso jefe de aquel penoso trío de las Azores y el único que aún no se ha disculpado por aquel montaje que llevó a una guerra ilegal e inmoral en la que han muerto y siguen muriendo miles de personas. Aznar fue un primer paso para asaltar la parte democrática de la Constitución que luego culminaría del todo Rajoy. Un régimen reaccionario, autoritario y corrupto, un neofalangismo de nuevo cuño, pero tan peligroso y destructivo como el viejo falangismo, del que ahora se ha apropiado Vox. En realidad, Aznar nunca se ha ido. Su legado ideológico anida en la versión actual más esencialista de las derechas españolas y navarras de hoy y, sobre todo, forma parte del imaginario colectivo de una parte de la sociedad española empeñada en el regreso al viejo centralismo caciquil, no democrático y sin división de poderes. No hay más que ver en qué estado dejó el PP de Rajoy la justicia o la libertad de información, de opinión y de expresión. De ordeno y mando. Y todas las estructuras del Estado sometidas al enchufismo ideológico y al nepotismo familiar de los adeptos y afines como en el franquismo. Lo que penosamente sigue estando ahí.