n Loizu, un pequeño pueblo del Valle de Erro, ninguno de sus escasos habitantes, tampoco el único pastor que queda vivo, casi como una premonición llamado Primitivo, jamás pensó que uno de sus ancestros, escondido en una cueva en el monte, pudiera tener tanta relevancia. Puede que todavía la vida en muchos pequeños pueblos de la montaña navarra no haya cambiado tanto. Aquellos últimos recolectores y cazadores que vivían en pequeñas tribus en cavernas son nuestros antepasados más directos. Gente que sobrevivió a un mundo rural duro. Y a una frontera peligrosa. Que cruzó los montes, cuyas galerías, cuevas (como Errotalde), caminos, chabolas, bordas y escondrijos conocieron palmo a palmo, para buscar mejores prados, viviendo del ganado y de lo que daba el campo (la patata, la huerta, la trilla...), que atravesaron la muga en la clandestinidad. Pueblos de brujería, de magia y de contacto con la naturaleza. Aficionados a la caza y a la recolección de frutos. Pueblos que ahora necesitan una segunda oportunidad para renovarse como lo hiciera el Homo Sapiens. Sin duda el descubrimiento de estos restos prehistóricos supone una oportunidad de oro para estas poblaciones (Loizu tiene 11 habitantes y 22 Aintzioa). De turismo y de vida.