engo una sensación extraña, como si se hubiera acelerado de golpe la llegada al fin de la excepcionalidad y lo que llamamos desescalada estuviera quemando etapas casi sin darnos cuenta. Tras el fin del toque de queda y la eliminación de buena parte de las restricciones todo está siendo muy rápido. No es así del todo, claro. El coronavirus sigue aquí con nosotros, pero la percepción es que lo estamos dejando atrás más rápido quizá de lo que preveíamos hace solo unas semanas. Ya se habla más del proceso de vacunación, de las citas, de los efectos de las diferentes vacunas que del mismo coronavirus. Supongo que también hay una causa de necesidad en esos cambios. La necesidad de cambiar de registro, de hablar de otras cosas, de disfrutar de la luz y la llegada del sol de primavera, de un estado de ánimo que reclama dejar atrás este año repleto de oscuros, excepciones, limitaciones y de recuperar poco a poco la vida de siempre. La necesidad también de dejar atrás ese malestar colectivo que estaba aumentando el egoísmo, el individualismo y la insolidaridad. Las personas mayores de 70 u 80 años ya vacunadas pasean con tranquilidad. Es importante eso. Sé también que aún no está todo hecho. Y que ser conscientes de que el coronavirus sigue enfermando a personas, amigos, compañeros y familiares y que sigue dejando una lista de hospitalizaciones y también de fallecimientos, afortunadamente cada vez menos, es la mejor precaución para mantener el equilibrio entre los anhelados avances y las necesarias precauciones. Porque no vale, en efecto, engañarse. La experiencia del pasado verano, tras el fin del confinamiento, debe formar parte de este presente también. Nadie, empezando por los responsables políticos y sanitarios, preveía entonces la nueva ola de la covid-19 en julio y agosto. Ni las que le siguieron luego en otoño e invierno. Es cierto que el rápido proceso de vacunación colectiva en Navarra cambia sustancialmente la situación. De hecho, formamos parte de ese grupo de ciudadanos del mundo privilegiados y protegidos, una parte de esos oasis de bienestar en un mar inmenso de injusticias y desigualdades también en el acceso a la protección sanitaria y a las vacunas. Y ello pese al monumental follón que han organizado con las vacunas de AstraZeneca sin siquiera una explicación clara. Se ve el verano cerca, con mejores perspectivas y más optimismo social, pero quedan nubarrones aún en los cielos inestables de esta fresca primavera. No sólo la permanencia del coronavirus y sus consecuencias humanas y sanitarias, también las consecuencias de lo que está dejando tras de sí. Las incógnitas que se ciernen sobre la evolución socioeconómica y el empleo. La responsabilidad individual va a seguir siendo un arma clave para seguir manteniendo bajo control al coronavirus y evitar rebrotes en esta desescalada que debiera ser definitiva. Conviene avanzar hacia la normalidad social, pero también conviene no olvidar esa responsabilidad propia de cada uno y la responsabilidad institucional y política en la toma de decisiones para la puesta en marcha de las nuevas fases hacia el final de las excepciones. Una vuelta atrás sería desastrosa. Sigue habiendo mucho en juego. Muchos retos y demasiado importantes para andarse con absurdas zarandajas y embrollos torpes.