reo que es una obligación de justicia insistir. Merece la pena. El presidente del Parlamento Europeo David Sassoli proclamó esta semana que "se acabó morir en el mediterráneo". Se refería a la necesidad de que Europa ponga fin al drama humano de la inmigración que trata de alcanzar sus fronteras y a la necesidad de acordar corredores humanitarios seguros que salven esos miles de vidas humanas que se pierden cada año en el mar. No creo que acierte. Los hechos de la propia UE indican el camino contrario. Hay ya más de 71 millones de personas desplazadas, la mayoría de ellas refugiadas hacinadas y abandonadas a su suerte en campos improvisados, sin saneamiento, alimentos o atención sanitaria. Las guerras son la principal causa del crecimiento incesante del número de refugiados. Pero tampoco se puede olvidar la persecución política, religiosa o étnica. O la pobreza y la miseria como causas principales de ese inmenso movimiento de seres humanos por todo el planeta Tierra. La realidad es que las migraciones y la falta de equilibrio demográfico en el mundo, paralelas a la falta de equilibrio en su desarrollo, se conjugan hoy, en el primer cuarto del siglo XXI, con los conflictos bélicos que el hombre continúa provocando, con la secuencia de crisis económicas a que los cambios tecnológicos y productivos inducen y con los desastres naturales que la ya innegable crisis climática agrava. Las organizaciones internacionales de defensa de los Derechos Humanos denuncian la hipocresía de los países occidentales, que conmemoran las jornada anuales dedicadas a los refugiados, las personas migrantes o a ensalzar la solidaridad, pero incumplen la legalidad internacional y sus propios compromisos de respetar y proteger los derechos de esas personas solicitantes de asilo. También denuncian que el principio de no devolución, que prohibe entregar a cualquier persona a un país donde pueda sufrir violaciones de Derechos Humanos está siendo anulado de hecho, al tiempo que se levantan nuevos muros y vallas con cuchillas en las fronteras. Y la España actual es uno de los peores ejemplos. Siempre hay una historia humana detrás de cada persona refugiada. Son seres humanos con su historia, pero ya casi no los vemos así. Apenas miramos de reojo. Sé que me repito, pero 70 millones de personas deambulan por el planeta Tierra y nadie con poder real parece dispuesto a echarles una mano, más allá de quienes ayudan desde la solidaridad humana en los campos o en las fronteras de tierra o mar. Al contrario, crecen los discursos que les señalan como una carga y un peligro. Mirar para otro lado, porque nadie quiere ser responsable de este inmenso drama de miles de personas y familias abandonadas a su suerte en campos de refugiados infames, sometidos a las mafias de traficantes de personas o perseguidos por los grupos violentos de extrema derecha. En realidad, todos somos responsables. Por activa unos, por pasiva la mayoría.