s una reacción muy común entre padres y madres. Cuando alguien comenta alguna trastada de adolescentes, un exceso en un botellón, una llegada a escondidas de madrugada..., no falta en el corrillo quien se escuda en un anestesiante "¡Mi hijo no..!". Nos ha pasado a todos, incluso cuando nosotros éramos esos hijos supuestamente ejemplares. Comento esto al hilo de las reacciones suscitadas tras el macrobrote del viaje de fin de curso en Mallorca, ese descontrol que ha multiplicado los contagios en la mitad del país. De que la muchachada es irresponsable y viva la vida ya hemos tenido sobrados ejemplos por estas tierras. No son todos, pero los que son meten mucho ruido, encienden las alarmas y acaban haciendo que remonte la incidencia. Pero de ahí a escuchar a progenitores indignados porque confinen a sus hijos en hoteles de la isla, denuncien al Govern balear por detención ilegal, mezclen el tocino de su ideología con la velocidad a la que se expande el virus, ese no asumir las consecuencias de un comportamiento irresponsable no admite justificación. En casa les dieron carta blanca para ir de fiesta y ahora hay que apechugar. Esto es también un toque de atención a todos aquellos que defendían como razonables, por puro cansancio del confinamiento, las reacciones de jóvenes que pedían poder salir sin horas y divertirse sin freno. No tienen más derecho que los demás que sí respetan las normas. Y cuando no es así, esto es lo que pasa.