unca fue un obstáculo madrugar. La mañana de los domingos, de otoño a primavera, estaba reservada para los partidos del Trofeo Boscos. Aunque en invierno se hacía particularmente duro poner los pies fuera de la cama cuando en el exterior la oscuridad de la noche resistía a los tímidos rayos del sol. Ese contraste era frecuente cuando el comienzo del encuentro estaba señalado para las nueve de la mañana; tampoco resultaba aconsejable demorarlo mucho más porque entonces retrasaba la hora del almuerzo, cita tan importante e ineludible como la del fútbol. En realidad el fútbol era la excusa, aunque nadie regalaba nada en el juego, todo el mundo quería ganar, sobre todo cuando enfrente tenías algún exjugador que había saboreado la Primera división o quedaban cuentas pendientes de alguna antigua rivalidad. Para poner orden en todo aquel entramado de partidos en campo y luego en pista, para que se respetara a los árbitros, estaba Juan José Armendáriz. Él era la cara, la voz y la imagen del Boscos, el alma mater desde 1957 e incluso tras su retirada a bambalinas. Juanjo falleció durante la pandemia y ayer recibió la despedida del mundo del deporte. Fue en Salesianos, no en el viejo y añorado patio que acogió duelos encarnizados y ya desaparecido, sino en el nuevo colegio. No faltó nadie. Se lo merecía.