a denominada geometría variable para jugar con las mayorías parlamentarias cuando un Gobierno está en minoría solo puede ser una táctica circunstancial. Si se deja de lado esa excepcionalidad y se convierte en una estrategia de juego de trileros que mercadean con los votos acaba inevitablemente en la inestabilidad, el desconcierto y la derrota. Lo acaba de vivir Sánchez en la votación del decreto de la reforma laboral. La necesidad de sumar una mayoría alternativa a la que le invistió presidente y le ha mantenido en Moncloa desde 2019 casi acaba en desastre total. Solo un error de última hora evitó que la reforma laboral no acabara tumbada en el Congreso por esa nueva geometría variable tras el cambio de voto de los dos diputados navarros de UPN. Un error que salvó al Gobierno de PSOE y Unidas Podemos de naufragar y evitó un más que posible adelanto electoral, pero que puso de manifiesto que los juegos a dos bandas tienen más riesgos que beneficios. En un sistema democrático parlamentario, la estabilidad del Gobierno se asienta en el respaldo de la mayoría del Legislativo y cuando no hay una mayoría absoluta derivada de las urnas, en la política de alianzas, pactos y acuerdos con otras formaciones políticas. Sustituir esos pactos por la geometría variable de forma interesada solo genera desconfianzas y éstas inestabilidad. Tampoco en la política, ni siquiera en estos tiempos en los que la política deambula en un estado de surrealismo creciente, poner una vela a Dios y otra al Diablo es un buen camino. Llega un día en el que uno y otro se ponen de acuerdo y las velas dejan de tener la llama encendida. Y la oscuridad conlleva desorientación y ya todo va a peor. No creo que ni en Madrid, ni tampoco en Navarra -Ley del Convenio o avances en la normalización del euskera, por ejemplo-, los intentos de jugar a una incierta y confusa geometría variable a dos bandas frente a sus aliados actuales tenga un recorrido efectivo real. Sánchez lo ha visto así. Y Chivite también, reafirmando su apuesta por la actual fórmula de acuerdos con formaciones progresistas que le ha asegurado hasta ahora el apoyo de 30 de los 50 escaños del Parlamento de Navarra. Tampoco los socios de ambos parecen encaminados a llegar más allá que a intensificar sus críticas políticas por los devaneos inciertos de este doble juego a solo una año de elecciones forales. Es cierto que los ciudadanos mantienen una actitud distante y crítica con la política, pero también lo es que ni mucho menos han dejado de seguir y de valorar las actuaciones de la política y la responsabilidad de los políticos. Más en territorios con altos índices de lectura y de pluralidad política y mediática como Navarra. Y una vez que la política decae en la inestabilidad es difícil recuperar la credibilidad que se pierde en ese camino. La estabilidad es, quizá hoy más nunca, un valor social y electoral. Y la estabilidad la asientan las mayorías estables basadas en la coherencia y la honestidad. Las trampas de trileros dejan siempre en evidencia a sus protagonistas. La democracia en todo su alcance necesita de cuidados ante las insistentes acometidas autoritarias.