Sin exagerar, seguramente más de la mitad de las puertas y persianas de bajos exteriores del Casco Viejo de Pamplona están embadurnadas o lo han estado por obra y gracia de grafiteros de medio pelo. La mayoría de estos actos vandálicos, perpetrados con nocturnidad y alevosía, salen gratis a sus autores. Todo lo contrario que a sus propietarios, que se gastan una pasta en reparar el estropicio sabiendo de antemano que la posibilidad de que se repita la gracieta es elevada y de que el desembolso realizado sirva de muy poco. No es una cuestión menor que el recién pintado de una fachada a veces no dure ni 24 horas antes de que llegue el listo de turno con sus esprays y la afee con garabatos horribles y antiestéticos. Es cierto que, de vez en cuando, la Policía Municipal informa de que ha sorprendido con las manos en la masa a algunos de los que se dedican a cometer estos delitos, en cuyos casos cabe suponer que se les tramita la correspondiente denuncia. No parece, sin embargo, que en este caso la respuesta de la autoridad tenga la eficacia que sería deseable. Basta con darse una vuelta por el barrio más antiguo de la capital para comprobar la falta de respeto hacia estas fachadas, incluidas las que tienen algo grado de protección.