Es pronto para que haya algo de luz con cierto criterio sobre el fallo eléctrico masivo que trajo ayer bajo el brazo un apagón en el conjunto del Estado, en Portugal y en Iparralde y las Landas. De forma inesperada, por sorpresa y de golpe y porrazo, la luz se fue y todo dejó de funcionar. Otra muestra de fragilidad. Demasiadas dependencias. Casi todo está fuera de nuestra capacidad de decisión y de nuestro alcance.
La bola afectó a todos los sectores —servicios informáticos, industria, transportes, empresas, sanidad, educación, banca, servicios, comercio, hostelería, tráfico, telefonía, etcétera—, y solo fueron unas pocas horas, pero todo se puso patas arriba. Eso permitió atender lo más urgente, pero ello no evita que este incidente dejé tras sí una sensación de desamparo e incomprensión similar a la que han dejado antes las sucesivas crisis que se han ido sumando en este primer cuarto de este siglo XXI.
Empezó esa sensación de inestabilidad que ha terminado instalándose como permanente con la crisis de la burbuja inmobiliaria y el rescate bancario y financiero que le siguió en 2008 y 2011. Después, la pandemia sanitaria de la covid-19, la crisis climática, la crisis energética y la sucesión de guerras en el contexto europeo, tanto con la invasión de Rusia de parte de Ucrania como el genocidio en Gaza u otros conflictos que siguen activos por todo el mundo que han terminado por impulsar un discurso belicista y un incremento desaforado del gasto armamentístico en el mundo.
Sobre todo ello, una guerra comercial mundial de la mano de la batalla de los aranceles desatada por Trump. Y ahora este incidente, pequeño en el tiempo, pero grande a la hora de poner negro sobre blanco las debilidades de nuestro sistema social, político, energético y económico.
Una sucesión de hechos con consecuencias importantes que han llegado una y otra vez de forma inesperada. Nadie se podía imaginar un apagón masivo como el de ayer como no se podía imaginar ninguno de esos otros hechos anteriores ya trascendentales para el devenir de este presente. La suma de todos ellos y de sus consecuencias han transformado profundamente la realidad social y política.
Poco a poco han dado lugar al nacimiento de un nuevo orden mundial en que la acumulación de capitales y el máximo beneficio están ya por delante de los derechos humanos y el derecho internacional. Y en ese nuevo sistema las personas estamos al albur de otros intereses menos humanos y más materiales. Casi sin darnos cuenta.
No tengo ni idea cuáles han sido las causas de este gran apagón eléctrico, supongo que habrá todo tipo de teorías para señalar a qué o quién comerse el marrón, pero posiblemente el paso del tiempo dejará los hechos, como en esas otras crisis anteriores, sin una causa o una responsabilidad mínimamente clara y creíble.
Otro recuerdo de que pese a los grandes avances científicos, medioambientales, agrícolas, médicos, culturales, filosóficos, matemáticos y físicos, tecnológicos, etcétera, que ha ido aportando la Humanidad, seguimos siendo vulnerables al albur de cualquier imprevisto global o local.
La vuelta a la normalidad ha sido esta vez rápida, pero quizá parecen ya demasiadas situaciones inesperadas de crisis en tan pocos años para que sean solo un conjunto de casualidades.