La dimisión de la dirigente del PP Noelia Núñez por falsificar su currículo académico ha abierto una guerra entre PP y PSOE a la caza de nuevos casos entre sus dirigentes y representantes. A Núñez le han seguido varias dimisiones más en militantes de ambos partidos y de Vox.
Las mentiras para rellenar de forma tan pomposa como se les ocurriera inventarse su identidad académica ha pillado también al presidente del Senado y número cuatro en el escalafón político institucional del Estado, Pedro Rollán, cuya continuidad en el cargo parece cada vez más difícil y señala igualmente a presidentes autonómicos como Mazón –y una parte importante de sus altos cargos–, y Moreno Bonilla en Valencia y Andalucía, respectivamente y ambos del PP.
Una desaforada prisa por borrar y adecuar currículos achucha a la clase política española en un nuevo sainete de baja calidad argumental y escénica acorde con la deriva habitual del ámbito político. El caso del presidente del PP en Navarra, Javier García, es uno más, pero resume el alcance del ridículo al que están dispuestos a someterse los protagonistas de esta serpiente de verano. Tuvo que sustituir lo que señalaba como un Grado en Gestión Comercial y Marketing por lo que no es sino un curso sin titulación oficial.
El absurdo de meter la pata innecesariamente para nada y por nada, a no ser que la aparición de este chanchullo tan cutre obedezca a una consiga del partido para inflar los currículos y aparentar una cualificación en sus representantes que no es real. En todo caso, una estupidez más de la política hoy en el Estado español que cuenta con el consentimiento de este auge de nuevas universidades o pseudo universidades privadas, también en la FP, que reparten títulos a trote y moche si se paga los exigido, muchos sin reconocimiento oficial, pero, eso sí, con un nombre que aporta pompa y boato para ocultar su escasa utilidad.
La formación académica y la experiencia profesional pueden ser indicativos necesarios para asumir responsabilidades de servicio público en la política, pero, sin duda, es más importante portar en el equipaje convicciones éticas y valores humanistas para afrontar las obligaciones de la política como un servicio público. Y es precisamente la carencia de esos requisitos y la falta de pudor de sus protagonistas lo que pone en evidencia esta tormenta de historiales personales falsos, que ahora se apresuran a borrar y cambiar para tratar de disimular.
Puede parecer una boronada más e irrelevante ante la avalancha de problemas importantes que afectan a la sociedad hoy y lo es, pero es también un paso más –creo que aún así son menos que muchos–, en el proceso de desafección y pérdida de credibilidad de la clase política española, ya devaluada socialmente por la corrupción endémica, la burocratización. los insultos y descalificaciones personales como principal argumento y la ineficacia e ineptitud en muchos de sus representantes. Un desgaste añadido a la democracia, ya sometida al acoso permanente de los poderes reales del mundo actual y otra puerta abierta al auge de los discursos ultraderechistas, al populismo xenófobo, a la desregulación neocapitalista y al autoritarismo y la pérdida de derechos y libertades. Esa es la mayor responsabilidad de estos falseadores obsesionados con adulterar sus propias vidas.